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El valor de 9 vacas

Esta es la historia de un equipo de dos antropólogas de prestigio que viajó a una isla remota para hacer un estudio de su población. Llevaban años queriendo conocer de primera mano los usos y costumbres de esa cultura desconocida tan diferente a las que habían estudiado hasta entonces y de la que tanto les habían hablado. Les fascinaba conocer nuevas formas, lenguas, religiones, tradiciones, que ampliaran los márgenes de la civilización. La pasión, la curiosidad, la paciencia, la intuición y el respeto por lo diferente eran algunos de los ingredientes fundamentales del éxito de su trayectoria.

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Habían aplicado el mismo protocolo de siempre para este nuevo reto: documentarse, establecer contactos previos para planear el aterrizaje, planificar las fechas para su estadía… y la inmersión era el paso fundamental. Familiarizarse y convivir con la realidad del lugar y sus gentes.

Desde un inicio se dieron cuenta de que ese lugar era peculiar. Era diferente a todo lo demás. Todo iba muy despacio, muy tranquilo. Nadie tenía prisa para nada. Las miraban a los ojos. Eran ojos honestos, amables, calmados. Aunque eran las únicas extranjeras, no se sentían extrañas. Ni por ser de otra cultura ni, menos todavía, por ser mujeres. Eso les gustaba.

Otro elemento diferente en esa isla es que, para poder contratar servicios, no había moneda. Todo funcionaba como antiguamente, a través del trueque. Y como era una civilización donde el ganado era un bien muy preciado, simbólicamente y para el trabajo de la tierra, se dieron cuenta de que lo más valorado económicamente era una vaca.

Sin embargo, como les ocurría en la mayoría de sus viajes, aunque dominaban muchos idiomas, no hablaban la lengua de ese lugar. No se parecía a nada que hubieran escuchado. Para ello, anticipándose a la dificultad que sabían que se encontrarían, previamente habían pedido referencias de intérpretes para que las acompañaran durante su estancia y el proceso de investigación. Para ellas, no era sólo tener intérprete, sino alguien que las guiara de cerca en esos primeros pasos.

Tenían cita, al segundo día de llegar, con las autoridades locales para poder conocer a las personas candidatas. Buscaban a alguien que no sólo las acompañara en esa primera expedición en la isla, sino que también pudiera acompañarlas durante un año en la investigación. Por tanto, la selección del perfil no era algo trivial, era clave acertar.

Eran 3 personas las candidatas: una mujer de una treintena, un hombre de mediana edad y un chico muy joven. Cada un@ de ell@s se presentaba hablando la lengua de las antropólogas, respondiendo a una sola pregunta: “¿Por qué crees que tenemos que seleccionarte?”

– Por mi Experiencia: nací aquí, pero durante muchos años estuve viajando por todos lados. Fue así que conocí vuestra cultura y vuestro idioma – dijo el hombre muy confiado y asertivo de ser la mejor apuesta.

– Soy mujer, como vosotras, y también vine aquí un día con ganas de descubrir nuevas culturas. Conozco ambos idiomas y soy, por tanto, la candidata ideal – dijo la mujer con complicidad guiñando el ojo.

Por último, el chico esperando su turno pacientemente, balbuceó con timidez y resignado, viéndose claramente superado por la experiencia y preparación de l@s demás candidat@s:

– Yo nunca he salido de aquí, no conozco su lugar, aprendí su idioma leyendo libros que encontré perdidos…. Me gusta aprender y vivir nuevas experiencias que me hagan crecer – les dijo sin tener un idioma perfecto y mirándolas con admiración.

Las antropólogas, agradecidas por tan buena acogida y por contar con la suerte de tener garantizado un buen acompañamiento, agradecieron a las 3 personas candidatas por su disposición y a las autoridades, por facilitarles todo. Preguntaron por el valor de cada un@. Y las autoridades, contestaron que, claramente debido a la experiencia y preparación, la mujer y el hombre valían 4 vacas cada un@ por un año de trabajo acompañándolas y el chico, una – sería una inversión de aprendizaje para él-.

Las antropólogas en seguida dijeron que ya tenían elegida a la persona: querían que fuera el chico – lo cual no sorprendió a nadie, ya que era mucho más económico-.

– Pero con una condición -dijeron-, ofreceremos por su trabajo 9 vacas, ni una menos.

El chico, que no se podía creer ya de entrada que lo eligieran, pasó de la incredulidad al estupor: “¿Cómo puede alguien ofrecer por mí 9 vacas? Si no soy nadie. Si no he salido nunca de aquí. Si no sé nada… ¿Cómo pueden ofrecer por mí más del doble que por algun@ de l@s demás candidat@s que me dan mil vueltas?”.

Las autoridades y l@s demás candidat@s -sorprendid@s con la decisión de las antropólogas-, mostrando la nobleza que caracterizaba a ese pueblo, les insistieron unas cuantas veces para cerciorarse de si se lo habían pensado bien. Quizás había algo que no habían entendido sobre cómo funcionaban las cosas o sobre el valor de las vacas en su cultura. Les decían que por 9 vacas podían llevarse a las 3 personas candidatas. Las antropólogas sin vacilar ni un segundo, sin embargo, les agradecieron una y otra vez, asegurándoles que comprendían todo y estaban seguras de que era el valor que merecía ese intercambio. Así que la negociación se dio por terminada: el joven trabajaría con ellas por un año.

Pero el joven de ninguna manera podía aceptar eso. Al salir de allí, en su teórica primera reunión de trabajo se negaba a aceptar el trabajo. No quería engañarlas. No creía merecer eso. Por mucho que favoreciera a su familia y a su pueblo, económicamente y en estatus. Antes que nada, quería ser honesto con ellas y les dijo que se había presentado porque creía que sólo era para acompañarlas unos días con el idioma, visitar algunos lugares o cargar maletas. Que él no sabía nada ni era nadie y, aunque por supuesto le gustaría apoyarlas en su investigación en todo lo que necesitaran (¡imagínate si no sería un sueño para él cruzar el océano y viajar a otro país con ellas!), no era merecedor de ello y no podía aceptar que ofrecieran por él más que una vaca.

Ellas le preguntaron si pensaba que eran personas ingenuas… Él les respondió que para nada. También le preguntaron, si pensaba que no tenían criterio… A lo que él en seguida contestó que estaba seguro que tenían mucho conocimiento y experiencia viajando. Con todo ello, ellas le pidieron que confiase y le propusieron un pacto:

– ¿Qué te parece si de momento te ofrecemos nueve vacas y dentro de un año, cuando hayamos terminado, si no ha ido bien y piensas que no las mereces, nos devuelves 8 o las 9 completas?

El joven aceptó. Lo acabaron convenciendo y le podía la curiosidad y la ilusión. Nunca nadie, ni por supuesto él mismo, había confiado tanto en él. Era el pequeño de la familia y siempre se había sentido poca cosa y poco talentoso comparado con sus hermanas y hermanos. Sólo sabía que le gustaba leer y gracias a eso sabía algo del idioma de esas forasteras. Fue por eso que cuando corrió la voz por el pueblo de la posibilidad de ese trabajo, él que nunca había sabido qué hacer con su vida y que llevaba tiempo sin más trabajo que el de ayudar en el terreno familiar, vio la ocasión y se presentó. Ahora, por fin, la vida, le traía una oportunidad. No podía rechazarla. Además, parecía que con ellas se podría entender. Parecían personas muy agradables e interesantes.

Fue así, de ese modo que empezó un largo e intenso año de trabajo. Formaron, con las semanas y los meses, casi sin darse cuenta, un equipo fantástico. Primero mostrándoles el día a día y las peculiaridades y rincones más conocidos de su gente, su región y su cultura. Después recopilando información, ayudándolas a ordenarla y procesándola con el resto del equipo de investigación, viajando por primera vez fuera de la isla. Y finalmente contrastando todo y empezando a elaborar una tesis.

Estaban terminando su publicación y también el contrato que les unía. Así fue como regresaron junt@s a la isla para hacer las últimas entrevistas pendientes. Una isla que ya no era desconocida para ellas, cada vez más familiar, hasta ya comprendían un poco la lengua y podían hablar algo. Un hogar que para él había cambiado completamente. Pero no era la isla la que había cambiado. Era él, su mirada, la que se había transformado. Como su forma de caminar. Ya no era tímida ni pedía permiso por ser. Ahora sentía que podía andar por la vida mirando el mundo de igual a igual, sin pedir permiso por vivir, opinar o elegir.

Y por supuesto, su familia, las autoridades locales y toda la demás gente del pueblo lo notaron. Parecía otra persona. Y no era precisamente porque hubiera cambiado tanto físicamente, aunque llevara otra ropa. Su forma de estar era completamente diferente. Abrirse a nuevas personas y a otra cultura, compartir su forma de pensar, viajar, reflexionar y hacer tantas cosas diferentes que nunca había hecho dieron sus frutos.

La última noche, la de la despedida. En plena celebración. Él fue quién les hizo la última pregunta. Una pregunta que tenía pendiente por hacer desde el primer día y que todavía nunca les había hecho:

– ¿Por qué yo? Si l@s otr@s candidat@s eran perfiles mejores aparentemente… Y sobre todo, ¿por qué pagasteis 9 vacas cuando sólo valía 1?

– ¿Crees que no las mereces? ¿Qué hacemos? ¿Las devolvemos? – le dijeron sonriéndole.

Entonces fue cuando realmente se dio cuenta de todo. Vio pasar la película del año, de todo lo trabajado y compartido. De la gran labor de equipo que habían hecho y del éxito del proyecto. Se dio cuenta que había contribuido y había podido con el desafío que le habían planteado.

– Las merezco – dijo, con su misma humildad habitual, pero orgulloso del trabajo realizado.

Nosotras creímos en ti desde el primer momento porque vimos en ti a alguien humilde y disponible para aprender. Con un talento en ciernes muy grande. Con una ilusión y una motivación muy enorme que además era honesto. Y eso no lo vimos en las otras dos personas. Creímos que mejor que tú nadie para hacer equipo y para hacernos conocer, aprender y vivir esta cultura de verdad – dijo una de las antropólogas.

– Y lo que nos hizo ver qué eras ideal para nuestro objetivo es cuando te atreviste y arriesgaste a asumir ese reto sin saber si estarías preparado. Eso nos hizo ver que harías y aprenderías lo que hiciera falta para salir adelante y así ha sido.

– Por cierto, déjanos ahora que te hemos contestado, hacerte nosotras una última pregunta: ¿Crees que si hubiéramos ofrecido sólo una vaca, pensando que te seleccionábamos por ser el más económico, hubieras ofrecido el mismo rendimiento? ¿Te hubieras atrevido a llegar tan lejos?”

Él se quedó reflexionando… Mientras la otra antropóloga añadía:

– Nosotras siempre queremos ofrecer nuestro mejor trabajo posible. Y si queremos que sea valioso lo que ofrecemos es importante que tengamos lo mejor. En este caso el mejor equipo posible. Y en este caso queríamos a alguien que valiera 9 vacas y no 1. Así lo valoramos, así te tratamos y así has trabajado y desarrollado tu potencial.

Sonrieron y se abrazaron, cómplices de una historia que marcaría para tod@s un antes y un después…

Por cierto, ¿y tú cuántas vacas mereces?

 

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Adaptación libre del cuento ‘Las 9 vacas’,
por Jordi Muñoz, coach,
formador de formadores y musicoterapeuta

7 replies »

  1. Ara que estic jubilat penso que a la gent de la meva generació hem estat com els adults de la història i difícilment per algú de nosaltres ens haurien donat 9 vaques. Me il·lusiónària pensar si ara hem fet el paper de les antropòlegs amb algun dels nostres joves

  2. Quina història més bonica! És curiosa la força que té una “simple” i avegades “desintencionada” mirada de l’altre. I com aquesta mirada que confia és capaç d’empoderar a la persona!

    • Gràcies! Així és. Tan debò entrenem cada dia més amb nosaltres mateixes/os aquesta mirada oi? Ens atreviríem segurament a ser més nosaltres i treure tot el nostre potencial latent.
      Una abraçada

      • Doncs si… intentar fer-ho amb nosaltres i amb les persones que ens envolten. Ja farem molt! 🙂

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