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Qué puedo hacer para cuidarme en tiempos de alarma?

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¿Por qué en los aviones nos dicen que nos pongamos primero la mascarilla antes de ayudar a las otras personas? ¿Qué nos pasaría si, estando en una travesía por la montaña, nos quedáramos sin agua en la cantimplora? Y estos días en los que vivimos en confinamiento, ¿qué me pasa si no me dedico un tiempo mínimo, si no encuentro un pequeño espacio para mí? Cómo está mi humor, mi estado de ánimo y mi energía?

En este tiempo de confinamiento que vivimos hay momentos en los que nos podemos sentir desbordados y desbordadas. La necesidad del autocuidado es aún más acentuada. A partir de aquí comienza un recorrido para darnos permiso para cuidarnos, para permitirnos cargar de agua nuestra cantimplora y asegurarnos de ponernos la mascarilla pimero, antes que cederla a la persona del asiento de al lado.

Permiso para cuidarme

El cuidado personal no siempre ha tenido el reconocimiento que se merece y, en general, por herencia cultural nos hemos creído que cuidarnos a nosotras y nosotros mismos era sinónimo de egoísmo. Ahora que ya sabemos que no es así y que nos podemos sacar el peso de la culpa de encima, seguimos con nuestro recorrido hacia el cuidado personal.

Recuperando la metáfora de la travesía -en nuestras formaciones y cursos a menudo hacemos uso de la metáfora del camino de Santiago-, la cantimplora es una herramienta que nos permite revisar el nivel de nuestra energía. Cuando estamos haciendo ruta cuidamos de ir rellenándola en las fuentes que vamos encontrando o los diferentes puntos de avituallamiento. Este mecanismo tan obvio lo podríamos aplicar en nuestro día a día? Y si ubicamos ‘puntos de avituallamiento’ a lo largo de la jornada? Y si nos reservamos espacios para nosotros, para parar y llenar la cantimplora?

Mis puntos de avituallamiento

Los puntos de avituallamiento pueden ser actividades esporádicas, acciones cotidianas, hechos excepcionales, etc. Lo que tienen en común es que cuando las estoy realizando me hacen sentir presente: siento mi presencia aquí y ahora. Mi mente está centrada en desarrollar esta acción o actividad, por eso me da energía, porque mientras la realizo la mente no está divagando con otros pensamientos. Incluso, las acciones cotidianas, pueden convertirse en ‘momentos presentes’ si las hago conscientes, por ejemplo, cuando nos duchamos y prestamos atención a cómo nos cae el agua y seguimos su recorrido que empieza en la cabeza y termina en los pies, o bien cuando cocinamos, cuando caminamos, cuando bailamos o escuchamos una canción, etc., también cuando practicamos algún deporte, hacemos una sesión de yoga… o simplemente sentimos el recorrido de nuestra respiración con plena atención.

Si identifico los espacios y momentos y acciones que me ayudan a cargar energía y los que, por el contrario, descargan y favorecen la fuga de energía, podré planificar mejor cuándo y cómo establecer los puntos de avituallamiento para cuidarme.

Por tanto, una vez los tenga identificados:

  • Planificaré de forma concreta aquellos espacios y momentos y actividades.
  • Me comprometeré con mi bienestar pasando a la acción, realizándolos.
  • Me lo permitiré y silenciaré mi ego boicoteador cuando me diga que ‘no toca’, ‘no es pertinente’ o ‘no puedo’.

¿Qué avituallamientos o actividades quieres y puedes planificarte para hoy? Y para hacer a lo largo de la semana? Y la próxima? ¿Qué puedo variar? Qué procuraré hacer siempre que pueda? Para qué necesito ayuda? ¿Qué puedo hacer solo/a o en compañía? ¿Qué puedo hacer en confinamiento? Y después del confinamiento, qué acciones mantendré? Y qué incorporaré cuando termine el confinamiento?


El ser humano tiene una media de 60.000 pensamientos al día,
los que consumen entre un tercio y una cuarta parte de nuestra energía.


Las fugas de energía

Tan importante es identificar lo que me llena de energía como saber detectar los momentos, situaciones, espacios o actividades en las que siento que me despojo de energía, que me descargo y se me vacía la cantimplora.

Hay momentos en los que estamos más centrados y centradas en el HACER que no en el SER, dentro del afán productivo al que nos empuja el estilo de vida que promueve nuestro tipo de sociedad. En nuestro día a día entramos en un continuo de hacer que nos consume sin remedio la energía… qué está pasando?

60.000 pensamientos al día!

Como marco de referencia nos aportará mucha luz saber que, según un estudio de neurociencia de los años 60, el ser humano tiene una media de 60.000 pensamientos al día, los cuales consumen entre un tercio y una cuarta parte de nuestra energía. Sólo por existir y pensar ya se vacía un buen trozo de nuestra cantimplora. ¿Por qué consumimos tanta energía? Si nos centramos en el objetivo de estos 60.000 identificamos que, entre el 95% y el 97% de los pensamientos, van destinados a:

  • Castigarme por situaciones pasadas que no puedo modificar.
  • Preocuparme por cosas que tengo que hacer en un futuro.
  • Y preocuparme por aquellos futuros inciertos que no controlo y que me hacen preguntarme ‘y si …’ planteando situaciones hipotéticas que no pasarán.

Estos tres tipos de pensamientos son una herencia de nuestros y nuestras antepasados ​​de la prehistoria, y son una respuesta reptiliana que hemos heredado de la época en que teníamos que preocuparnos de hechos pasados ​​que ya no podíamos cambiar: ‘ponerme en alerta cuando pasaba por un lugar donde anteriormente me había atacado un animal salvaje! ‘ Cuando teníamos que preocuparnos del futuro próximo: ‘no debo olvidarme de, al llegar a la cueva, encender el fuego sino moriré de frío!’ Y por otra parte, eran vitales los “y si” para protegernos: ‘y si voy por aquel camino y me aparece una bestia y me come?’

Estos reflejos de supervivencia son una herencia que nos dura hasta el día de hoy: nuestro cuerpo se prepara para sobrevivir cuando, en realidad, muchas de las acciones y actividades que hacemos ‘no son de vida o muerte’ y pueden llegar a ser tan cotidianas como planificar una lavadora o la compra en el supermercado, a pesar de que ahora, sin duda, es una compleja odisea generadora de gran estrés (a la vuelta de la compra será importante hacer parada en un buen punto de avituallamiento en forma de canción, un baile, un baño relajante, un vermut, o un capítulo de aquella serie que te tiene tan enganchado/a 😉 ).

Practicando el egoísmo positivo

Recuperando el ejemplo del avión y la caída de la mascarilla en caso de despresurización de la cabina, desde aquí queremos reivindicar la práctica del egoísmo positivo sin complejos, aunque cada uno/a puede buscar el eufemismo que mejor le encaje, es decir: primero YO y después las OTRAS personas. Egoísmo, porque se trata de preocuparnos del interés propio, y positivo porque si me cuido yo y mi energía está a un buen nivel podré atender, ayudar, acompañar, compartir e interactuar mejor con las personas que me acompañan físicamente y/o virtualmente. Está claro que si no nos ponemos primero la mascarilla -en este caso del avión- no tendremos oxígeno suficiente para ayudar al resto de pasajeros/as.

En muchos casos cuando decimos un NO a tiempo nos estamos diciendo un SÍ bien generoso y necesario para mantener relaciones más sanas conmigo mismo/a y con las otras personas. En el caso de la metáfora de la cantimplora debo tener en cuenta que cada vez que ayudo alguien le estoy ofreciendo agua de mi cantimplora y ésta se va vaciando, por lo tanto, si se me acaba el agua, qué ayuda (agua) estoy ofreciendo? Vale la pena que yo me quede sin agua cuando estoy velando por lo contrario?

Las personas, como seres sociales que somos, sabemos que no podemos decir que no por sistema, de lo que se trata es de ser el más asertivos y asertivas posibles cuando ofrecemos estos SÍ y no olvidarnos de llenar nuestra cantimplora con lo que realmente llena nuestro corazón.

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Un artículo de Jordi Esqué i Forés,
coach, orientador laboral
y formador

 

 

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