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Sin memoria

CAT

Escucha la BSO

 

¿Sientes que últimamente te está fallando la memoria?, ¿que cada día recuerdas menos cosas?…

Y mientras lees esto seguramente te puede estar entrando una llamada que interrumpe el podcast o la canción que estabas escuchando, al tiempo que encuentras una notificación nueva en tu ordenador —entre las 10 pestañas que tienes abiertas con noticias, redes sociales, diferentes cuentas de correo, etc.—, antes de entrar en Instagram donde curiosamente recomiendan la serie de la nueva plataforma que te habían dicho tus amigos y que ni recordabas (de hecho estuviste buscando entre WhatsApps) porque tú ya los vas decir que antes querías terminar las dos que tenías pendientes, emplazando para ir pronto al cine.

¿Dónde estábamos? A sí, esto de la memoria…  Pues tengo una noticia para darte: No te preocupes… ¡O sí! Pero lo que está claro es que no eres la única persona a la que le pasa – pregunta y contrastálo con tu entorno si no. De hecho, creo que es una nueva pandemia que se está expandiendo precisamente a raíz de la pandemia. Una pandemia de la que tengo dudas de que “nos recuperemos”, y no es por lo que crees…

No, no es por un tema de edad o pérdida de facultades. O no sólo. La causa principal se debe a un tema de hábitos. Si me/te permites unos minutos me explico…

Rebobinamos la cinta. ¿No has notado nada raro en este tramo inicial expositivo?

La interrupción explícita en el segundo párrafo, que seguramente habrá coincidido con alguna tuya mientras lo leías y alguna mía mientras estoy escribiendo ahora mismo. ¡Buf!, ¿Quién se puede concentrar con tanta interrupción? ¿Y con tanto ruido? ¿Y con tantos frentes abiertos? ¿Y con tantos canales, dispositivos y formas de conectarnos a la información, al trabajo, al mundo y de desconectarnos de la vida, del presente, de la respiración, de la ráfaga de viento?

¿Cuántos estímulos e impactos recibimos en cada segundo? ¿Y a cada minuto? ¿Y a cada hora? ¿Y cuánta información asociada y diversificada acumulan residualmente éstos? Cuentas, usuarios, contraseñas, códigos, notificaciones, correos, visualizaciones, respuestas pendientes, redes, dispositivos, conversaciones. Todas y todos operando al mismo tiempo, como una sinfonía estresante que nos interpela silenciosamente.

¿Cómo medir la presión aparentemente aséptica uniforme en cada minuto? ¿Cómo detener el hábito de absorber, resolver o tragar? ¿Cómo sostener el permanente bloqueo mientras seguimos desbloqueando estímulos y dispositivos? ¿Cómo volver a nuestra naturaleza cuando viajamos tan lejos de ella?

¿Quién puede recordar cuando tenemos tanta información a la vez, tanta acumulada, tantos estímulos a la vez y tan poca atención?

Con la pandemia, la fragmentación y segmentación en nuestras modalidades de hacer y relacionarnos se agudizaron hasta la enésima potencia. La aceleración y exacerbación de la digitalización en nuestros hábitos, hizo que nos instaláramos en una cotidianidad digitalizada exagerada y por tanto dañina. Con constantes inputs, carreras permanentes y frustrantes entre listas infinitas de post-its irrealizables, relaciones cada vez más líquidas y superficiales en la forma y la fórmula.

¿Cuántos estímulos e impactos recibimos en cada segundo? ¿Y a cada minuto? ¿Y a cada hora? ¿Y cuánta información asociada y diversificada acumulan residualmente éstos? Cuentas, usuarios, contraseñas, códigos, notificaciones, correos, visualizaciones, respuestas pendientes, redes, dispositivos, conversaciones. Todas y todos operando a la vez, como una sinfonía estresante que nos interpela silenciosamente.

Se cronifica la neura del paradigma del hacer y la eficiencia. La dictadura del multitasking y su imperativo eficiente nos ha condenado a estar todo el día haciendo muchas cosas a la vez en menos tiempo. Esto se traduce, por tanto, en más estímulos con menos espacio de tiempo para procesarlos. Evidentemente con mayor exigencia en la velocidad y precisión en la respuesta.

La gula autoexigente cuanto más tiene más berrea y, tal y como ocurrió con las cámaras analógicas y digitales y ahora con las memorias de los teléfonos, no discriminamos información, ni discernimos entre los niveles jerárquicos de significado. El inmediato atropella al mediato (la digestión) y todo se acumula en un mismo nivel mientras colapsamos las memorias. No nos preguntemos qué queremos o no. Sin embargo. Todo lo podemos. Todo puede ser susceptible de ser útil. Tragamos pagando el esfuerzo de no hacer ningún esfuerzo.

Además, víctimas de ese resultadismo inmediato, tampoco nos esforzamos en fijar y grabar los procesos. No hacemos copias de seguridad.

Las consecuencias de todo ello las sufrimos cada día en nosotros y en nuestros dispositivos cotidianos:

Ante el exceso de archivos y datos por almacenar, muchas de ellas superfluas pero todavía vigentes por falta de tiempo de cribado, nos quedamos sin memoria en el disco duro. Sin sitio para guardar. Sin retentiva en nuestra memoria. Y por mucho que busquemos pendrives o disco duros externos con fórmulas creativas para tener recordatorios, es insuficiente y acabamos teniendo fugas de información importante.

La memoria de nuestro procesador también se ralentiza generando equívocos y ansiedad por dificultad en resolución o velocidad de ejecución.

Preocupación y estrés por mal diagnóstico. Pensamos que nos falla la memoria, cuando lo que nos falla es la operativa y la forma de almacenarla y relacionarnos con la memoria.

Lo que sí es evidente es que esa sensación es real, nos provoca malestar y sufrimos sus consecuencias. Y que si no rompemos la rueda de todos estos hábitos tóxicos que cultivamos y alimentamos nuestra memoria y nuestra salud mental seguirán resintiéndose cada día.

Por tanto, ¿qué tal si en lugar de llevar los aparatos a un servicio técnico (por ejemplo un médico para que me dé un diagnóstico o recete una pastilla), no prevenimos y nos preguntamos antes de salir de casa?:

  • ¿Necesito tantas cosas, tantos inputs, tantos accesos? ¿Debemos retener tanto y saber todo?
    Cultivar la abundancia: Menos es más.

  • ¿Para qué lo quiero? ¿Me ayuda o no me ayuda realmente?
    Cultivar el pensamiento crítico para discernir:  El sentido. 
  • ¿Estoy tragando o digiriendo?? 
    Cultivar el tempo de aprendizaje: Respetar mi ritmo.
  • ¿M distrae o me conecta?
    Cultivar la emoción: El interés genuino y significativo.
      
  • ¿La conexión realmente donde la encuentro, afuera o adentro?
    Cultivar la presencia: El regalo del ahora.

Cultivar en lugar de acumular. La conciencia: seguramente el primer paso para empezar a ganar espacio, para respirar y vivir mejor, liberando memoria.

Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
codirector de  El despertador.

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