‘La música es el espacio entre las notas’
Claude Debussy
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Quien me conoce sabe de mi pasión por la música. Me ha acompañado siempre, desde muy pequeño, por eso supongo que mis padres lo captaron y me llevaron a la escuela de música del barrio cuando tenía 5 años.
Al cabo de los años, he viajado siempre e incondicionalmente con su compañía. Ya sea escuchándola, tocándola, proponiéndola, compartiéndola… A través del piano, de las clases y formaciones, de los conciertos en pequeño o gran formato, de los diferentes reproductores, los CDs recopilatorios regalo a medida, de mis búsquedas por bibliotecas o Spotify, los programas de radio, de las improvisaciones y composiciones… Hasta estarla ahora saboreando al máximo en todas sus dimensiones a través de una disciplina preciosa como es la Musicoterapia.
Un ámbito que me permite canalizar dos pasiones: la música y acompañar a las personas. Expresar y profundizar en mi misión (despertar) a través de uno de los mejores vehículos. Qué increíble es poder acompañar a las personas a vivir mejor a través de la música! En cierto modo, me he dado cuenta de que ya lo hacía, pero ahora lo hago con todo el conocimiento y con toda la causa. Con todo ello he tomado conciencia de lo necesaria para nosotros la música, como idioma que nos vertebra y ha estado presente siempre con nosotros (desde antes de nacer ya la sentimos y resonamos en estado embrionario), como correlato de nuestras emociones.
La música que nos perdemos
En la última sesión del máster que he cursado en la ESMUC, uno de nuestros profesores nos contaba una anécdota, desencadenante involuntaria de que hoy esté aquí escribiendo sobre este relato. Él trabaja a menudo con músicas y músicos de todo el mundo (tiene en su casa más de 500 instrumentos de todas partes y de todas las épocas) y nos comentaba el feedback que recibió de un músico hindú: le comentaba que difícilmente un músico de aquí podría ser como uno de allí. Se quedó muy sorprendido, porque los hindúes son de un talante muy modesto, y más aún aquellos músicos en concreto. Todo tenía una explicación muy lógica.
Sin entrar en detalles técnicos, en la India la música tiene una dimensión espiritual mucho mayor que aquí. Conceptualmente la forma de vivirla, sentirla, comprenderla y aprenderla no tiene nada que ver con la nuestra. Tienen cientos de “Raags” (significa literalmente “color, modo o estado de ánimo“), que equivaldrían a nuestros modos melódicos los cuales, en función de los matices de las notas y los ritmos que dan, apelan a un momento del día o emoción.
Le explicaban que un músico hindú para aprender lo que sería una sola nota musical tardaba un mes entero, y durante ese tiempo profundizaba en todos los matices y posibilidades que podía dar a aquella nota (tempos, intensidades, etc.). Recorría todos los colores emocionales que podía ofrecerle la nota, por lo que la riqueza expresiva que podía conseguir por ejemplo al cabo de 7 meses de aprender el lenguaje musical era muy diferente que aquí.
Allí, aparte del lenguaje musical se sumaba el emocional. Un lenguaje que aquí, con la velocidad y el poco tiempo de la exigencia y el afán de perfección que padecemos no nos damos el espacio para aprender y sentir la música que importa, la que brota del corazón, la que llevamos cada uno dentro. Ser músico o sentir la música no es tocar perfectamente o escuchar melodías: es sumergirse, transmitir, entregándose a la intención, a la emoción, a la música.
‘Tú no eres el protagonista sino la música.
El secreto es olvidarte de tus preocupaciones,
entregarte completamente a la música.
Así te conviertes en música y no en ti mismo’
Barry Green
La música, volviendo a casa
Nos acompaña siempre, presente, constante. Es el marco contextual de nuestro día a día, hasta el punto de que podríamos definir los momentos más importantes de nuestra vida a partir de sus músicas, de nuestras músicas. Hay momentos musicales que sólo escucharlos sentimos que estamos más en casa que en nuestro teórico hogar.
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Podríamos relacionar nuestros sentires también con temas musicales. Incluso nos podríamos recetar músicas para transitar momentos o para transportarnos a instantes. No en vano la música nos ayuda a recordar (dicen que recordar es pasar dos veces por el corazón) y gracias a esta conexión emocional podemos conectar neuronalmente fragmentos perdidos que permiten ejercitar la memoria -por ejemplo en terapias para personas afectadas de Alzheimer, pueden llegar a cantar de repente canciones y recuerdan misteriosamente toda la letra, reviviendo, también emocionalmente, momentos especiales de su vida que han acompañado ese tema-.
Con la Musicoterapia, para acompañar a las personas que acompañan o están en la atención directa (terapeutas, educadores, formadores, personal sanitario o de servicios sociales) en la gestión del estrés, de las emociones y del cambio, utilizo entre otras cosas el trabajo en el autoconocimiento a través de las “músicas de cabecera” de cada uno. Es un regalo poder ver toda la riqueza y el efecto tan beneficioso que tiene la música como canal de expresión, de relajación, de conexión donde se vehiculan vidas, sentires, tensiones y motivaciones.
Y pensar que estuve a punto de perderme este universo infinito cuando, siguiendo la “titulitis”, estuve toda mi adolescencia forzándome a pasar años sufriendo con exámenes del conservatorio donde me jugaba todo un año de trabajo en 10 minutos, sin que nadie supiera ni de mi pasión, ni de mi esfuerzo, ni de mi verdadero talento. Seguía el camino hecho, lo que pensaba que era correcto sin darme cuenta de que me estaba quitando lo más importante. Fueron años donde la música, a pesar de que la amaba incondicionalmente, por momentos, era una enemiga de mi desarrollo humano: era una batalla con el constante miedo a equivocarme, o no ser lo suficientemente bueno para no ponerme nervioso y hacerlo bien.
Era un canal, en ese momento, donde yo sentía todas mis carencias y lejos de expresarme me cohibía. Ni lo disfrutaba, ni podía compartir la música, porque me sentía poco, limitado, y tenía miedo de la mirada de los otros (incluso de los míos). Me pasaba todos los días repitiendo las mismas piezas, los mismos fragmentos, y a pesar de que me apasionaba Beethoven o Debussy acababan siendo detonantes de pesadillas. ¿Cómo puede ser que podamos llegar a convertir un canal de expresión con tantas posibilidades, a nivel personal o vocacional, en una cárcel para el alma?
Después de mucho tiempo y de muchas renuncias, y de hacer terapia, por suerte, cuando tenía 22 años tomé la mejor decisión de mi vida: recuperar la música. Decidí qué quería que fuera la música para mí: un canal para ser, expresarme y donde sentirme en casa. Un espacio sin juicios ni represiones ni obligaciones ni carencias. Un espacio para experimentar, explorar, vivir, sentirme libre. Dejé la carrera de música para poder entregarme a la música. Incluso me compré el piano que todavía me acompaña.
Desde entonces la música es mi compañera inseparable, mi mejor aliada para disfrutar, fluir y ser feliz. Sí, hoy puedo decir que soy feliz gracias a la música. Porque la escucho, la siento, degusto sus notas, me pierdo en ella, resuena, la comparto, me expreso, e incluso trabajo con ella. La música, sin ir más lejos, ha sido este invierno mi refugio, mi espacio inspirador, donde respirar, donde vibrar desde mi centro, donde reencontrar el sentido, redescubrir la pausa y la fluidez emocional, en una época de mucho estrés.
Cada tecla, cada sonido del piano, me ha bañado en un mar de calma, de conexión, de vida.
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Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
fundador i codirector de El despertador
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Una conversación sobre las emociones con Anna Soriano,
psicóloga y experta en Ecología Emocional,
y Jordi Muñoz, coach y musicoterapeuta (vídeo).
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