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Somos nuestra voz, ella es como nuestra huella dactilar. Trabajando con ella podemos descubrir nuestro centro, nuestra verticalidad.Debemos saber que nuestros pensamientos impactan en nuestra voz, como en nuestros estados emocionales. Repararemos entonces nuestro instrumento y desarrollemos un nuevo cuerpo sonoro. Si hace falta hay que desandar.
Cada cantante es un explorador de su espacio interior. Debemos desmontar el personaje cotidiano, quedarnos despojados, desnudos frente a nuestra voz. No se puede intelectualizar el sonido, y por eso muchas personas cantan de un modo “inadecuadamente correcto”, su canto está ausente de presencias, está vacío.
La voz cantada en toda su extensión y riqueza armónica, puede conectar ambos hemisferios cerebrales y producir mensajeros químicos que nos reparan de tristezas o bloqueos, de enojos o preocupación, por eso cantar es de algún modo meditar. Recordemos que embrionariamente las cuerdas vocales y el corazón humano tienen el mismo origen.
Nos somos los mismos después de cantar, nuestra voz nos transformó.
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