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Cuando el corazón habla

Sobre la comunicación que nos despierta

Nos estamos comunicando a todas horas. Cuando hablamos y cuando callamos, cuando escribimos y cuando miramos. Todo lo que hacemos —y lo que no hacemos— comunica. Por eso, sabiendo que la comunicación más importante trasciende las palabras, más que aprender a hablar, quizás necesitamos reaprender a escuchar y escucharnos.


Porque antes de comunicarnos con los/las demás, nos comunicamos con nosotras mismas.

Y si, antes de hablar, nos escuchamos?

La comunicación afectiva comienza aquí: en la conciencia de lo que sentimos. En el reconocimiento del propio estado emocional. Si no sé qué me está pasando, difícilmente podré escucharte con presencia o responderte con cuidado.

Atendernos para poder atender: este es el primer paso. Cuando nos cuidamos, cuando somos capaces de mirarnos con ternura, nuestra manera de expresarnos también cambia. Nos comunicamos desde otro lugar. No hay efectividad sin afectividad. Sólo aquello que toca el corazón puede transformar.

Comunicarse es arriesgarse 

Comunicarnos, al mismo tiempo, es una forma de desnudar nuestra alma. Es exponerse al feedback del otro, dejar de controlar cómo seremos interpretados. Es un acto de vulnerabilidad. Por eso, a menudo nos protegemos detrás de pantallas o mensajes diferidos.

Según un informe de la Fundación Telefónica de 2022, el 96,8% de los jóvenes de España prefiere utilizar WhatsApp como canal preferido de comunicación, y el 81% de los millennials siente ansiedad antes de hacer una llamada.

Nos cuesta llamar, mirar a los ojos, sostener el silencio entre palabra y palabra. Las nuevas generaciones, especialmente, muestran cada vez más esta tendencia: evitan la llamada directa por miedo a exponerse. Y quizás no sea solo miedo o economía de tiempo, quizás sea también una nueva forma de protegerse frente a la sobreexposición constante.

Pero la comunicación diferida también tiene sus ventajas. Nos permite digerir antes de responder, poner conciencia, elegir la palabra. En este espacio entre estímulo y respuesta vive la respiración y, con ella, la posibilidad de una comunicación más coherente y respetuosa. Que en lugar de reaccionar, haya una acción más consciente y pertinente.

La penalización del estilo diferido es que cuando perdemos el lenguaje no verbal (la expresión de la mirada o la postura del cuerpo) y el paraverbal (el tono de voz) corremos el riesgo de perdernos el grueso de la esencia. Diversas investigaciones en comunicación, como las de Albert Mehrabian, indican que en las interacciones con carga emocional o relacional, cerca del 93% del mensaje se expresa a través del tono, la voz y el lenguaje corporal, y sólo un 7% a través de las palabras. Este psicólogo de origen armenio, conocido internacionalmente por sus estudios sobre la comunicación no verbal y las emociones, decía precisamente que “lo que decimos es importante, pero cómo lo decimos puede cambiarlo todo.

Y si a esto le sumamos que en la comunicación diferida cada vez se pierde más la posibilidad de tener retroalimentación inmediata, un elemento clave en el proceso comunicativo que nos asegura la comprensión de los mensajes y los tonos, las posibilidades de malentendidos, de tener conflictos o de ansiedad aumentan exponencialmente.

¿Cuántas veces te has quedado esperando a que te respondieran un mensaje o una pregunta importante para ti y todavía no te llega la respuesta?

Por lo tanto, sí, la comunicación rápida y asincrónica aparentemente nos facilita el ahorro de tiempo y energía, pero pagamos el precio de perdernos lo más importante: las relaciones humanas. Estudios con metodología de experiencia (ESM) han encontrado que la comunicación cara a cara o por video está vinculada a una mejor salud mental y calidad relacional que la comunicación puramente digital y asincrónica. Esto refuerza la idea de que perder diálogos en tiempo real puede empobrecer el impacto emocional de la comunicación.

Todos y todas hemos disfrutado del valor de entregarnos al fluir de una buena conversación que nos lleva a lugares internos y externos insospechados, ¿verdad? Sentir internamente el fluir del ir y venir, la presencia absoluta en lo que sucede, del aprender, navegando desde el ser. Y cuando esto es desde la autenticidad, aún mejor.

Comunicar para ser coherentes

Porque en el éxito de la comunicación también tiene que ver la coherencia. Cuando lo que decimos se alinea con lo que somos, las palabras fluyen y los mensajes arraigan en el otro. Cuando intentamos ser quienes no somos, la comunicación se quiebra, se vuelve artificial.

La clave no es hablar mejor, sino ser más verdaderos. Cuando hay autenticidad, la palabra encuentra su lugar.

Comunicar no es tanto decir como transmitir, y esa coherencia entre lo que decimos y cómo lo decimos es la clave de la comunicación afectiva. Comunicación no es información: es relación. No se trata de transmitir datos, sino de generar sentido compartido. Y ese sentido nace del encuentro, de la presencia, del reconocimiento mutuo.

Las tres dimensiones de una comunicación que transforma

Desde El despertador, cuando acompañamos en el desarrollo de esta competencia en el acompañamiento a las personas y equipos, nos gusta hablar de 3 dimensiones de la comunicación:

  • La dimensión Afectiva – el vínculo
    Todo comienza con el vínculo. Para crear espacios de confianza donde podamos ser, donde podamos expresarnos sin miedo. Escuchar activamente, empatizar, reconocer al otro como alguien legítimo en su diferencia. Stephen Covey, en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, habla del concepto “banca emocional”, una metáfora que recoge la importancia de ir haciendo ingresos de forma constante para cuidar el vínculo y evitar los reintegros. Si la banca está saneada, la relación es más sólida, natural y auténtica, hay menos conflictos y, cuando los hay, se resuelven de manera más constructiva.
    Ejemplos de acciones que favorecen la salud de nuestra banca emocional pueden ser: celebrar los procesos, regalarnos palabras apreciativas, la escucha activa, mantener los compromisos, aclarar expectativas y acuerdos, la coherencia y la integridad entre lo que hacemos y decimos, no juzgar, disfrutar de momentos compartidos de calidad o disculparse sinceramente cuando hay un reintegro.
    Por lo tanto, cuando la comunicación es afectiva, deja de ser un intercambio de palabras y se convierte en un espacio de humanidad compartida.
  • La dimensión Efectiva – la claridad
    La buena comunicación no es sólo desde el corazón: también es estructura y consciencia. Saber qué queremos decir, por qué y cómo. Hablar desde la claridad, con mensajes honestos, concretos y respetuosos. Usar el lenguaje como un puente y no como un muro.
  • La dimensión Creativa – el desacuerdo como oportunidad 
    El conflicto no es el problema; porque es inevitable. Aparece en el momento en que nos estamos relacionando con otras personas, ya que todos tenemos diferentes perspectivas, pensamientos, experiencias o contextos emocionales. La manera de vivir el conflicto es lo que hace que escale en conflictividad o en confluencia.

¿Qué es más importante, tener razón o vivir mejor? Cuando nos comunicamos desde una mirada apreciativa (afectiva, empática), dejamos de querer tener razón para querer comprender. Las diferencias dejan de ser amenazas y se convierten en puertas abiertas a nuevas posibilidades: la oportunidad de cultivar nuevos recursos y perspectivas.

Aquí nacen las conversaciones poderosas: aquellas que crecen desde la asertividad, desde abrazar las diferentes visiones, modalidades y emocionalidades, que no buscan lo que es correcto, sino evolucionar a partir de lo que es real.

El poder de la vulnerabilidad en les conversaciones poderosas

Cuando nos atrevemos a hablar desde la verdad y no desde la defensa, ocurre algo: aparece la conexión. La comunicación creativa es eso: un espacio de autenticidad donde el “yo” y el “tú” dan paso al “nosotros”.

Las conversaciones poderosas no siempre son fáciles, pero son necesarias. Son aquellas que nos incomodan un poco y nos invitan a mirar más allá de lo que ya sabemos. Nos hacen crecer porque cuando damos el paso nos desbloqueamos.

Comunicar para vivir mejor

En definitiva, comunicarnos bien no es una técnica, es una actitud. Una manera de ser y habitar el mundo.

Cuando comunicamos con afecto, con claridad y con creatividad, no solo mejoramos las relaciones: nos reconciliamos con nosotros mismos, con quienes somos. Y entonces, las palabras dejan de ser un instrumento para convertirse en un puente, un lugar de encuentro, una manera de cuidar.

Porque comunicarnos bien no es hablar más, sino conectar mejor. Y cuando eso sucede despertamos nuevas formas de estar con nosotros y con el entorno. Y en un mundo cada vez más ruidoso, quizás esta sea la forma más profunda de silencio compartido.

No hay efectividad sin afectividad. Solo aquello que llega al corazón puede transformar.

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