Hay pantallas relativamente fáciles. Otras cuestan un montón de pasar, vamos “perdiendo vidas” y energía y nos volvemos a encontrar al inicio. Requieren agilidad, constancia, valentía… Existen aprendizajes muy duros. Las habilidades que vamos adquiriendo en cada pantalla las vamos poniendo en la mochila y las utilizamos en situaciones posteriores. 

 Una crisis para mí es como un “megapantallazo”: cuesta mucho superarlo, muchísimo… pero cuando lo conseguimos, nos hemos convertido en personas mucho más sabias, nos hemos acercado a pasos de gigante a nuestra esencia. En definitiva, hemos desaprendido muchas cosas para poder aprender otras que nos permitirán desarrollarnos mucho mejor en el nuevo medio, en la nueva pantalla. Cada pantalla nos hace de maestros y nosotros, de alumnos.

Podemos decidir no pasar pantalla por cansancio, porque no tenemos ganas, por lo que sea… pero eso nos producirá un cierto vacío interior, porque no estaremos desarrollando al máximo nuestras capacidades, ni habilidades ni lo más importante: nuestro don. Esto nos hará estar disconformes con nosotros, puesto que el objetivo de ir pasando pantallas es justamente éste: irnos descubriendo, irnos sacando capas como una cebolla para ir aproximándonos a quienes realmente somos. 

Tarde o temprano, nos levantaremos para pasar la pantalla que nos da pereza afrontar. Y si no nos levantamos por nuestro propio pie, ya veréis que aparecerá un terremoto o un gladiador con espada (eso depende del videojuego…) que nos obligará a levantarnos y, sí o sí, deberemos salir adelante.