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Cultivando la abundancia

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No es fácil.  

El contexto. La crisis. La incertidumbre. La precariedad. Las condiciones y sueldos a la baja. Los precios por las nubes. La compra, el depósito y el alquiler. Las hipotecas y tipos de interés. Vivir para trabajar. Vivir para pagar.

No es fácil.  
Un alud de estímulos, de ofertas, tentaciones, cantos de sirena… Cosas que podrían irnos bien. Cursos, masters y terapias que nos ayudarían a tener más recursos, cuidados y posibilidades. Aplicaciones para trabajar, para comprar, para entretener, para ligar…

No es fácil.  
Pantallas por doquier. Prótesis adictiva que ocupa todo nuestro imaginario, menospreciando nuestra imaginación, reduciendo nuestro poder creativo. Hiperconexión que nos desconecta en la pasividad de un mundo virtual, fuga escapista de lo real. Presentes en cuerpo pero no en alma. Más distancia con el mundo, con los demás, con la vida, con nosotros.

No es fácil.  
La competencia en las redes, en la vida, en la búsqueda permanente del “like”. Cuando el escaparate se impone a la esencia, a la originalidad, al proyecto genuino. Cuando vivimos hacia afuera y no adentro. La tiranía de la felicidad y la cultura de la imagen, de la inmediatez, de la exigencia, del anhelo, de la comparación, del estatus, de la posesión, del dinero.

No es fácil.    
El futuro. Tomar decisiones cuando vivimos tan lejos de nuestro latido. Cuando lo que buscamos es la fama, el poder o el reconocimiento en lugar del disfrute o bienestar. El afán de poder externo nos toma el poder interno. Nos mueve una ambición desmedida, otra voracidad infinita en escalada.

No es fácil.    
La pareja, la familia, el entorno más inmediato y sus dificultades. El mundo insolidario en el que vivimos. Más frentes a atender.

No es fácil.  
La carrera infinita por cumplir, por llegar, por sobrevivir, por llenar. Más propósitos que horas al día. Retos sobredimensionados que no entienden ni de energías, ni de voluntades, ni de capacidades. El disparador compulsivo que alimenta el modelo de sociedad de consumo en el que crecemos. Una rueda que gira en torno a la necesidad. Porque si no compramos, esto no funciona.

No es fácil.  
Cuando nos definimos por lo que tenemos, por lo que hacemos y no por lo que somos. Cuando nuestra voluntad está secuestrada por una maquinaria que nos hace esclavos de un imaginario. Cuando el modo imperativo y el futuro nos hacen malvivir nuestro tiempo vital, lejos de la presencia.

No. No es fácil transformar el paradigma.

Cambiar de posición. Implica confrontar el discurso. Rebelarnos ante un miedo global, estructural e instrumentalizado. Ir más allá de la rueda y partir de lo que somos, de lo que sentimos, de lo que queremos y ya tenemos cuando hemos aprendido siempre y tenemos tan interiorizadas las listas de la compra, de hitos, de post-its, de regalos, de viajes, de oposiciones, de opciones y necesidades. Nada en contra de ellas, el problema es el poder que les damos y la dependencia que establecemos.

El lugar en el que nos colocamos en la ecuación marca la forma de relacionarnos con todo ello. No es el qué sino el cómo lo hacemos lo que nos condiciona a perder conciencia del privilegio que habitamos y confundirnos y creer que lo necesitamos todo y más, a sentirnos “patito feo” o “cisne” en las diferentes áreas de la vida (intrapersonal, interpersonal, profesional).

Toda una vida de costumbres y pautas acostumbradas configurando un status quo, un código irreductible que preserva la carencia, los hitos e imágenes aspiracionales, el apego, el acondicionamiento psicoafectivo, la validación y el reconocimiento externo, la obediencia.

En definitiva, existe una carencia interna, que nos condena a la periferia. Un miedo arraigado que nos hace sufrir en la necesidad imperativa de saber, de tener respuestas, de resolver, de tener el control cuando la vida es incierta. Esto nos lleva a vivir en la ofuscación obsesiva y rígida, en la espiral eterna de consumo de productos y nuevas necesidades. Una cadena invisible de dependencias que perpetúa la necesidad de llenar, porque siempre falta algo.

¿Cómo rompemos este relato tan instalado en nuestra sociedad? La de este mal llamado primer Mundo..?*

 

*Por cierto, ¿por qué motivo existe una jerarquización del Mundo? ¿Qué criterio sigue? ¿No será el económico? Ostras, que curioso… Por tanto, el relato está totalmente insertado.

Quizás una forma de romperlo es cuestionar directamente el enfoque. Es bien conocido el caso de Bután, el país asiático donde en lugar de utilizar el modelo para medir la riqueza convencional (PIB: Producto Interior Bruto) que determina qué países forman parte de este 1er Mundo y cuáles no, miden la riqueza por la Felicidad Nacional Bruta (FNB).

Preguntarnos puede ayudar, como siempre, a clarificar el paisaje:

  • ¿A qué le llamamos riqueza?
  • ¿Cuál es el mayor regalo que nos pueden dar o que quisiéramos recibir?
  • ¿Cuál es el mayor regalo que podemos ofrecer?
  • ¿Tiene que ver con el dinero?
  • A ti, ¿qué te da realmente felicidad o bienestar? ¿El dinero o lo que quieres hacer con él?
  • ¿Cuántas de las necesidades que sientes son reales? ¿Cuántas puedes generar sin dinero y sí con creatividad?
  • ¿Cuándo sientes la abundancia o plenitud en ti?

Todo cambia al preguntarnos. Volvemos al centro cuando tomamos oxígeno, respiramos, detenemos la cabeza y conectamos adentro. Resignificamos y redimensionamos.

Dejamos la sensación permanente de carencia y empezamos a cultivar la abundancia. Dejamos de buscar afuera (en el mercado) para empezar a encontrar adentro (en nosotros). Viajamos del vacío a la plenitud porque transformamos la necesidad en la capacidad de proveer. Dejamos de tomar un rol totalmente pasivo y reactivo (espectador) a otro activo y creativo (protagonista del relato). Pasamos de esperar y consumir ofertas de otros a generar posibilidades y riqueza. La expectativa, la tensión, el malestar y la insatisfacción victimista dejan lugar al valorar, agradecer y vivir en la presencia y la realización para que nos validemos -sin necesidad de nada ni nadie- lo que sentimos, lo que queremos, lo que soñamos.

Donde existía rigidez hay apertura y flexibilidad, porque todo lo que llega es bienvenido, aunque no nos guste. Aceptando lo que acontece (la realidad) podemos transformarlo, adaptarnos y crecer más ágilmente. Confiamos en los procesos, desarrollamos la escucha y el aprendizaje. “Si no te gustan las circunstancias, cámbialas y crea nuevas circunstancias”, dice la abundancia, en lugar de seguir desperdiciando tiempo y energía quejándote y acumulando frustración. Abrazamos el miedo y tomamos las riendas para liderar creativamente.

Ya no hace falta esperar para vivir que nos aprueben o den el ok, que sea el día perfecto y el momento oportuno, porque hemos entendido que no existe y que depende de nosotr@s crear la oportunidad. Ya no amamos esperando nada a cambio: amamos porque el amor forma parte de nuestra naturaleza más esencial. Cuando le decimos que sí nos decimos que sí. Le decimos sí a vivir y nos nutrimos de energía vital. 

Desde aquí, conectando con la abundancia, nos damos cuenta de que la riqueza no tiene que ver con el dinero sino con la confianza y el valor que nos damos. No se trata de lo que tenemos sino de la capacidad de generar. Pasamos del acumular al cultivar. Porque la verdadera riqueza no tiene que ver con poseer ni agradar sino con apreciar y optimizar lo que tenemos y decidir qué queremos hacer con  nuestra vida, con nuestra libertad, con nuestro tiempo y comprometernos con él.

En el fondo, todo es mucho más fácil. Porque no necesitamos nada cuando nos tenemos. No debemos hacer nada para que la abundancia aparezca. Simplemente dejándonos ser para expresarnos, explorarnos y descubrirnos en los distintos escenarios de la vida. Sólo así puede emerger nuestro verdadero valor, nuestra capacidad, nuestra fuente de riqueza, nuestra abundancia.

Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
codirector de  El despertador.

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