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Vidas inventadas (por Jordi Muñoz)

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Leo en el periódico de hoy cómo la actriz catalana Anna Allen se está inventando una carrera profesional en los Estados Unidos, en la que por ejemplo dice haber estado en la reciente ceremonia de los Oscar de Hollywood o participar en series americanas, a través de montajes de photoshop y de divulgar falsas informaciones. Cuando veo ejemplos como éste, cada vez más frecuentes, inmediatamente me asalta la pregunta: ¿por qué sucede esto?, ¿qué la lleva a inventarse esta farsa?

La respuesta automática y más lógica es, en éste y en la mayoría de casos, la búsqueda de reconocimiento y éxito como vía de prestigio para consolidar y desarrollar un proyecto profesional. Y, sin embargo, si profundizamos un poquito más allá de esta primera respuesta, seguramente nos encontramos con la siguiente pregunta: ¿qué éxito? La fama o el dinero se convierten en un fin en si mismo, ¿pero realmente nos realizan cuando están vacíos de contenido? Si no estás jugando con tus valores, si no tienes experiencias ricas, aprendizajes, superación… ¿qué sentido tiene?

En cualquier trayectoria vital, en un momento u otro, reconocemos la pregunta: ¿y a mí qué me gustaría ser? Músico, dentista, actriz, futbolista, médico, todavía no lo sé… Tenemos o no respuesta. Siempre con la necesidad de encontrarla y de iluminarnos ante la presión social mientras crecemos. Hasta el punto de que muchas de ellas al final, no las respondemos por nosotros mismos, sino con el ánimo de satisfacer lo que espera de nosotros nuestro entorno familiar o social.

¿Cuántas respuestas, cuántas decisiones tomamos obedeciendo a esta necesidad de sentirnos aceptados? ¿Nos escuchamos realmente y elegimos desde la libertad? ¿Cuántos peldaños de nuestra escalera vital recorremos para convertirnos en algo que no somos, en algo con lo que no vibramos? Como dice Stephen R. Covey, en Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, ‘resulta increíblemente fácil caer en la trampa de la actividad, en el ajetreo de la vida, trabajar cada vez más para trepar por la escalera del éxito, para descubrir finalmente que está apoyada en la pared equivocada‘.

Son muchos los casos que conocemos de personas que han hecho carreras impecables, cumpliendo con todos sus objetivos curriculares, profesionales, familiares, materiales trazados, con un estatus reconocido, que han terminado súbitamente de forma dramática. Revelándose sus máscaras ocultas, un mundo depresivo de ficción en el anonimato que nada tenía que ver con su imagen externa de prestigio. En su foro interno: un vacío lleno de logros insignificantes. ¿En qué pared sostuvieron sus pasos? ¿Era la suya o la de sus padres, la de su pareja, la que creían que se esperaba de ellas?

Y, por otro lado,  ¿qué pasa si no conseguimos este objetivo por el que aparentemente habíamos apostado todo? (incluso el sacrificio de no vivir la vida que queremos). Perdemos el sentido por completo de nuestra vida. Porque nos hemos confundido con alguna de las imágenes con las que nos proyectamos. Sentimos que nosotros también queremos éxito, o sentirnos realizados, o esa sensación de vivir convencidos con lo que hacemos. Tal vez nuestro camino va por otro lugar. Pero entonces, si no es ése en el que creímos, ¿cuál es?, ¿dónde está?

Sólo nosotros podemos levantarnos de la cama y avanzar. Nadie lo puede hacer por nosotros. Ni afrontar los miedos. Ni tampoco saber cuál es la pared buena, ni cuáles son sus secretos. Si cambiamos de plano, y bajamos a nuestro universo cotidiano, y nos damos tiempo para preguntarnos y descubrir, nos daremos cuenta que las cosas se simplifican. Aparecen muchas respuestas posibles, todas válidas y no excluyentes. No es un solo objetivo el que detenta nuestros deseos o voluntades. También queremos ser pareja, amante, amigo, hermana, habitante de una ciudad o un pueblo, explorador de culturas y lugares, también de aventuras y sentimientos…

Son muchas las facetas, los perfiles que determinan nuestra felicidad. Aquí encontramos finalmente la respuesta: queremos ser felices realizándonos. Sentir, en nuestra barriga, en nuestro corazón, que cada día caminamos trayectorias que van en consonancia con nuestro sentir, con nuestros valores. Por tanto, hay muchas respuestas posibles y diferentes para cada persona, y no son replicables.

Es en el tiempo que nos damos para preguntarnos, en el permiso para escuchar qué contiene lo que queremos de verdad, en comprometernos con entusiasmo  y en confiar que encontraremos nuestro camino, sin prisa y con mucho respeto, lo que nos acerca a nuestra auténtica alfombra roja. Esa que late en tu corazón cuando te celebras y te hace disfrutar de este instante sin tener que ser nada más que lo que eres.


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