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Un chico joven corre hacia su abuelo. “¡Abuelo, abuelo, dime cuál es el secreto de la vida!”.
En la boca arrugada del anciano se dibuja una sonrisa mientras responde: “Mi niño, dentro de todos nosotros es como si hubiesen dos lobos luchando. Uno está enfocado en proteger su territorio, en la rabia, la crítica y el resentimiento; es miedoso y controlador. El otro está enfocado en el amor, la alegría y la paz; es travieso y está lleno de aventura”.
“Pero Abuelo”, exclamó el niño, con sus ojos muy abiertos de curiosidad, “¿cuál de los lobos es el que va a ganar?”.
El anciano le responde: “El que tú alimentes”.
A lo largo de la vida nos encontramos con “eventos vitales” de diferentes colores y magnitudes. Algunos nos gustan, otros no y otros pueden llegar a ser muy dolorosos.
Las emociones que aparecen en los “eventos vitales” no deseados, tampoco son agradables de sentir (rabia, miedo, tristeza, …). ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Reaccionamos o Respondemos?
La inercia nos lleva a reaccionar. Si reaccionamos, nuestros pensamientos serán limitadores y nuestras acciones destructivas. La rabia se traducirá en acciones agresivas, el miedo nos hará huir o defendernos con las uñas y, finalmente, nos apegaremos tanto a la tristeza que no habrá manera de soltarla. Nos sentiremos con poca energía y la que tendremos estará contaminada y sucia. El clima estará enrarecido y será poco sano. La mala gestión de las emociones nos “envenena” a nosotr@s mism@s y de rebote a otr@s y al mundo. Por otra parte, la reacción no nos permite solucionar el problema, al contrario, lo sigue retroalimentando, haciendo que cada vez sea más grande y más difícil de deshacer.
¿Qué pasaría si en lugar de reaccionar nos propusiéramos responder? Es decir: hacer una parada en el torbellino de reacciones donde estamos inmersos y observarnos desde cierta distancia. Darnos cuenta de la fuente que nos ha provocado la perturbación, hacernos un escáner emocional y elegir cuál queremos que sea nuestra actitud ante este “acontecimiento vital” que nos perturba. Describir cuál es la mejor manera de afrontarlo para poder desatascar y hacer acciones conscientes.
La rabia, el miedo y la tristeza siguen estando, pero en lugar de dejarnos llevar por las emociones, tomamos nota y hacemos alquimia con ellas. De la energía que nos da la rabia aprendemos a poner límites y los utilizamos para hacer acciones creativas. Nos enfrentamos al miedo en pequeñas porciones, (partimos el pastel del miedo en trocitos y vamos cogiéndolos uno a uno). Nos permitimos sentir la tristeza, no buscamos distracciones para despistarla… La sentimos y la dejamos ir, trascendemos de ella.
Si empezamos a responder, los niveles de energía automáticamente aumentan, tenemos más energía y ésta comienza a ser limpia, estamos generando una energía transformadora que nos permitirá facilitar el cambio. El clima, a la vez, se vuelve más saludable (ya no escupimos veneno), es más relajado y más propicio para poder llegar a encontrar nuevas soluciones. Soluciones que desde la reactividad son imposibles de ver, porque estamos totalmente enganchad@s al problema. De esta manera conectamos con la persona creativa, amorosa, pacífica y autodependiente que llevamos dentro.
Y así, pese que a menudo es fácil dejarse llevar por la inercia, si poco a poco empezamos a hacernos observadores/as de nosotr@s mism@s y empezamos a buscar cómo responder ante los “acontecimientos vitales”, paulatinamente, iremos trazando una nueva manera de vivir que cuanto más la alimentamos más fuerza irá tomando en nosotr@s.
¿Qué lobo quieres alimentar?
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Una conversación sobre las emociones con Anna Soriano,
psicóloga y experta en Ecología Emocional,
y Jordi Muñoz, coach y musicoterapeuta (vídeo).
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