Romper la inercia y activar la voluntad de cambio.

En el ámbito de la orientación, activar el despertador significa romper con la inercia vital y reconocer que ha llegado el momento de realizar un movimiento significativo. Este despertar a menudo aparece en puntos de inflexión: cuando hay que decidir qué estudiar, cuando se pierde un trabajo, cuando se intuye que la trayectoria actual no conecta con los propios valores, o cuando existe una sensación de bloqueo.Es el momento en el que puede emerger una incoherencia entre lo que hacemos y lo que nos gustaría hacer, o cuando nos sentimos inmóviles. Este es el CUÁNDO, el momento clave que puede ayudarnos a activar una actitud exploratoria. Escuchar, atender y dar espacio al impulso, a la voluntad de cambiar, es el primer paso para iniciar el camino. Igualmente importante es respetar los ritmos y las fases del proceso: poner un temporizador respetuoso con el tempo de nuestro momento. No podemos prever todos los pasos desde el inicio, pero sí empezar a caminar, aunque sea con pasos pequeños y con sentido.

Sin acción no hay transformación, pero la acción sin conciencia puede llevarnos al estrés y al colapso por exceso. Por eso es necesario también estar atentos al cronómetro: avanzar más rápido no siempre significa avanzar mejor. Orientarse significa encontrar la velocidad adecuada para cada etapa del proceso.Y esta actitud implica mirar hacia adentro: descubrir qué me gusta, en qué soy bueno y cómo quiero ponerlo al servicio del mundo. Y, sobre todo, pasar a la acción, porque solo si haces cosas pasan cosas.

Autoconocimiento para orientar con sentido.

Una vez que se ha activado el despertador, el siguiente paso es abrir la tapa del reloj y mirar cómo funciona nuestra maquinaria interna. En orientación es clave reconocer nuestro modelo único, personal e intransferible. Porque nadie tiene los mismos valores, intereses, capacidades, estilos de relación, motivaciones, actitudes, circunstancias…Este proceso se basa en una mirada de autoconocimiento activa y apreciativa. A través de dinámicas vivenciales, herramientas visuales y espacios de reflexión, la persona puede poner nombre a aquello que la mueve y dar forma a su potencial.También ayuda a identificar los engranajes flojos: creencias limitantes, mandatos heredados, habilidades a desarrollar. Reconocer el modelo es reconocer también aquello que hay que revisar, ajustar o poner a punto.

En orientación, partimos de la idea de que toda persona tiene latente un valor añadido, un sonido único e intransferible, que emerge en el momento en que despierta y se reconoce. Cuando se da permiso para mirar hacia dentro, puede descubrir sus virtudes y talentos, así como las múltiples aplicaciones que puede tener su propio modelo vital y profesional. Al mismo tiempo, este proceso permite identificar qué ajustes o mejoras se deben hacer en el engranaje personal para avanzar con coherencia. Entendemos el desarrollo como una versión en constante evolución, que se nutre de los recursos disponibles y de los aprendizajes guardados en la memoria experiencial. Orientarse también es sintonizar y subir el volumen de la propia voz: reconocer su diversidad y valor para poder escuchar y dialogar con la voz de los demás.

Además, es fundamental valorar esta memoria experiencial: lo que ya hemos vivido, aprendido y sentido forma parte de lo que somos. Revisitar el pasado con una mirada nueva nos permite rescatar recursos y construir a partir de ello lo que ya tenemos dentro.

Poner la brújula marcando el norte y aprender a decidir.

Cuando ya hemos reconocido nuestro modelo, el siguiente paso es orientarnos con nuestra brújula interior. Es decir, hacer que lo que pensamos, sentimos, deseamos y hacemos vaya en la misma dirección. En orientación, esto implica alinear el propósito vital con las decisiones concretas que tomamos. Establecemos sincronía cuando sentimos que el sentido y la coherencia nos acompañan. Cuanto más reconocemos nuestro modelo, más fácil nos será identificar qué necesitamos para sentirnos en armonía y funcionar como un reloj suizo. Para que esto ocurra, la visión, los valores, nuestra brújula interior y nuestro propósito deben estar alineados con nuestro foco.

Este momento es clave: no se trata solo de saber quiénes somos, sino de aprender a tomar decisiones con sentido, a hacer opciones coherentes con lo que somos y queremos. Esta es precisamente la competencia de la toma de decisiones, central en todo proceso orientador, porque permite transformar el autoconocimiento en acción significativa y sostenible.

Desde El despertador ayudamos a la persona a construir un enfoque flexible: una dirección clara, pero adaptable. Y la acompañamos a detectar cuándo el rumbo le viene dado (por el sistema, la familia, el miedo…) y cuándo es ella quien realmente decide el norte que quiere seguir. Finalmente, también trabajamos la capacidad de recalcular la ruta. Como un GPS vital, la persona aprende a revisar, reajustar y reorientarse cuando es necesario. Porque no se trata de no equivocarse, sino de saber reconducirse con conciencia.

Cuando este despertar no se produce con conciencia, se activa el modo improvisación: se toman decisiones desde la prisa, la presión o el miedo. Es como Alicia en el País de las Maravillas, cuando el gato le dice: “Si no sabes a dónde vas, cualquier camino te llevará.” Pero orientar significa justamente lo contrario: elegir el camino que sí quieres seguir aunque no sepas exactamente el destino final.

Autocuidado y energía para sostener el proceso.

El camino de la orientación puede ser exigente emocionalmente. Por ello, es necesario tener batería emocional para sostenerlo. Cuando la persona está desconectada de su energía vital, entra en modo off: aparece la parálisis, la frustración, el agotamiento o la apatía.En El despertador, entendemos que el autocuidado y la gestión emocional son imprescindibles y centrales en cualquier proceso de orientación. Acompañamos a las personas a reconocer su estado, identificar las emociones que aparecen, y activar recursos para regularse y cuidarse.También promovemos una mirada apreciativa: poner el foco en lo que ya se ha conseguido, valorar los pequeños pasos y celebrar los progresos. Cuando conectamos con lo que nos hace sentir bien y nos recarga, volvemos a caminar con energía y claridad.