amb els joves

Aprender a tomar decisiones

CAT

En El despertador hemos tenido la oportunidad de acompañar a muchos jóvenes y familias en momentos clave de su camino vital y, especialmente, en su toma de decisiones. En las últimas semanas he podido seguir acompañando a través de orientaciones individuales en institutos, actividades grupales con familias y charlas en salones educativos. He compartido espacios con grupos de chicos y chicas que se encuentran ante una gran pregunta:


“¿Qué debo estudiar el próximo año?”

Y aunque parece que ésta sea “la gran decisión”, desde nuestra mirada despertadora creemos que no lo es. O, al menos, no es la más relevante. 

A veces la pregunta engaña. La decisión de lo que vas a estudiar es importante, sí, pero no puede ser el único foco.  La pregunta que a menudo se les hace – y que se hacen los/las jóvenes- es: Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?  / ¿Qué quiero ser de mayor?

Pero esa pregunta, tan aparentemente inocente, esconde trampa.  

De entrada, porque nos lleva erróneamente a confundir lo que hacemos por lo que somos: cuando el territorio del ser trasciende el accionar. No debemos hacer nada por ser, ya somos. 

Por otra parte, nos lleva a pensar que sólo podemos ser una cosa y, por tanto, todavía es más fundamental que elegimos bien de entrada, porque debemos definirnos por un único oficio, una única opción. En realidad, lo normal es que tengamos muchas inquietudes, mucha incertidumbre y poca claridad. Además, ¿qué ocurre si no se consigue? Esta forma de preguntar nos aboca fácilmente a la tensión del éxito y el fracaso, un territorio donde la presión crece innecesariamente que bloquea la conexión. 

Además, para acabar de hacer más evidente esta absurda tesitura y ese error de base, vivimos en un mundo tan cambiante que muchas de las profesiones del futuro todavía no existen o están por descubrir.

En realidad, lo normal es que tengamos muchas inquietudes, mucha incertidumbre y poca claridad. Además, ¿qué ocurre si no se consigue? Esta forma de preguntar nos aboca fácilmente a la tensión del éxito y el fracaso, un territorio donde la presión crece innecesariamente que bloquea la conexión.

Desde El despertador, preferimos otras preguntas más accesibles y generadoras: ¿Qué te gusta hacer? ¿Qué te hace sentir vivo/viva? ¿Qué te despierta curiosidad o te da energía? ¿Qué cosas te motivan? 

Estas preguntas nos llevan hacia un sitio mucho más interesante y fértil: el autoconocimiento. Y es ahí donde comienza la verdadera decisión. Cuando un joven puede conectar con lo que le gusta hacer, con lo que se le da bien, con sus talentos e, incluso, también con cuáles son sus carencias (a Superman le afecta la Kryptonita y sigue molando mucho). Puede empezar a construir un camino que encaje con él o ella. Un camino que tenga sentido y sobre todo un camino flexible, que pueda evolucionar a lo largo del tiempo. Cuando tienes un camino, tienes una dirección, que siempre puedes flexibilizar. Cuando no la tienes, terminas improvisando.

Uno de nuestros principales recursos en el acompañamiento son las metáforas. Y una de las que más utilizo en estas orientaciones es la de una heladería con más de cincuenta sabores. Imagínate que entras sabiendo que te gusta la vainilla. Lógicamente, puedes pedir vainilla, pero… quizás te estás perdiendo sabores que ni conocías. Tal vez eliges un helado por su color atractivo, sin saber si te gustará. Quizás decides como lo hacen tus amigos y amigas, sin contrastar lo que han escogido, o según lo que te dicen tus padres. Pero también puedes hacer otra cosa: preguntar, investigar, probar, explorar. Y entonces, decidir lo que encaja mejor contigo en este momento.

Este ejemplo, aparentemente sencillo, conecta mucho con la realidad de chicos y chicas jóvenes. Les ayuda a entender que las decisiones importantes no pueden tomarse por presión externa, por inercia o por miedo. Hay que escucharse, observar, y darse permiso para probar. Decidir es un proceso que implica distintas fases, con muchas pequeñas acciones o decisiones, y ninguna de ellas es irreversible.

Los caminos y los planes pueden, y de hecho suelen, evolucionar. Hace poco acompañé a una persona que tenía muy claro que quería hacer el bachillerato científico. Cuando le pregunté por qué, no lo sabía exactamente. “Porque me gustan las asignaturas”, me dijo. Y eso ya es un gran punto de partida, pero no suficiente. Durante el proceso de orientación fuimos más allá. Empezó a imaginarse haciendo cosas en el ámbito de la salud, de la investigación, de la sostenibilidad… Identificó grados que nunca se había planteado. Y, sobre todo, construyó un plan de vida con sentido y con flexibilidad. Un plan que podía modificarse, que contemplaba alternativas, pero que nacía de ella misma, no de un mandato externo, de un lugar común o de una inercia sobre lo que “toca hacer el próximo año”. Se había apropiado de su camino, había tomado las riendas.

 

Las decisiones importantes no pueden tomarse por presión externa, por inercia o por miedo. Es necesario escucharse, observar, y darse permiso para degustar.

También he vivido casos en los que alguien se da cuenta de que el camino que deseaba no es viable, al menos por ahora. Y, lejos de vivirlo como un fracaso, construye un plan B gratificante. Porque, a veces, el camino alternativo te abre puertas que ni siquiera habías imaginado.

Es importante prestar atención en ese momento y, sobre todo, escuchar lo que sentimos. Por eso, otra clave en este proceso es dar espacio a las emociones. En estos momentos de decisión, muchos/as jóvenes sienten un torbellino difícil de gestionar: miedo, angustia, confusión, presión, entusiasmo… El primer paso para gestionarlas es identificarlas. Poder ponerles nombre. Y después, escuchar qué nos quieren decir.

El miedo, por ejemplo, a menudo nos avisa de que hay algo importante que decidir. La incertidumbre, que necesitamos explorar más. El bloqueo, que es momento de parar y mirar desde otra perspectiva. Las emociones nos hablan y nos dan pistas; si las acogemos, podremos atender las distintas fases del proceso. Solo cuando nos escuchamos con honestidad podemos empezar a dar pasos desde un lugar más sostenible y auténtico.

Por tanto, en este momento hace falta relativizar, pero sin desconectar. Es cierto: elegir qué estudiar es importante. Pero también lo es bajar el suflé. No es una decisión definitiva. No hay una única oportunidad. El sistema educativo actual permite recalcular la ruta, explorar, retroceder o cambiar de dirección. Y eso es una gran noticia. No hace falta tenerlo todo claro. Lo que hace falta es empezar a caminar, con sentido.

Por eso, creemos que nuestro papel —al igual que el de otras personas que acompañan (docentes, orientadores, familias)— no es dar soluciones, ni lecciones, ni elegir por ellos y ellas. Nuestro papel es acompañar, dar herramientas, abrir ventanas y sembrar preguntas. Para que cada joven pueda tomar decisiones conectadas con lo que es, lo que siente y lo que quiere hacer. Que aprendan a hacerse buenas preguntas para poder encontrar buenas respuestas.

Y si al final de este proceso ya no nos necesitan, es que hemos hecho bien nuestro trabajo. Significa que han aprendido a escucharse, a decidir y a construir. Que pueden hacer su camino con más confianza, más conciencia y más libertad. Han pasado del TIC al TAC. 

 

Un artículo de :

Jordi Esqué Forés, responsable del área de Orientación.

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