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¿Por qué nunca nos gustan los finales? (La contradicción en el final de Juego de Tronos)

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Esta semana ha terminado –dicen- la que quizás es la serie con mayor seguimiento de la historia: Juego de Tronos. Y lo ha hecho con mucha gente enfadada. No sólo porque terminase, sino por cómo ha terminado esta última temporada. La decepción ha sido tan importante que -leo en el periódico- un millón y medio de personas han firmado en la campaña Change.org para reclamar que se vuelva a filmar la última temporada completa con “guionistas competentes”.

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Y yo me pregunto: ¿acaso no son las mismas personas que han tenido la capacidad de enloquecerl@s y apasionarl@s hasta el punto de pedir firmas para una campaña? Entonces, ¿qué nos ocurre? ¿De dónde viene esta contradicción profunda? Porque es evidente que esta anécdota es un síntoma más de este enfado o frustración con la que se ha cerrado un ciclo de 10 años en que Juego de Tronos se ha constituido casi en un referente cultural y sociológico donde identificarnos, reflejarnos, proyectarnos… Valores, relatos, referentes que conviven con nuestra visión.

Las series han ido acompañando nuestros pasos hasta convertirse en este momento, casi más que el cine o la literatura, en nuestro correlato de ficción preferido de compañía. Un fenómeno difícil de imaginar hace unos años. Seguramente por el hecho de que sean accesibles y podamos verlas en casa, de que tengan entregas y más durabilidad y, en consecuencia, que los arcos de construcción de los personajes sean más pausados, nos permite entrar, familiarizarnos, empatizar, teorizar, discutir, compartir, esperar, anhelar, …

Creo que ha pasado con todas las series que han tenido este impacto. No recuerdo ahora mismo ninguna, y reconozco que he sido consumidor de unas cuantas, que no haya provocado en su última temporada un sentimiento de enfado o decepción parecido en la audiencia. Es entonces, cuando veo que puedo anticipar lo que va a ocurrir, que me pregunto si la causa de estas decepciones está en las series que han tenido el mérito de llevarnos hasta ese umbral o quizás -si se repite la historia- en quienes somos receptor@s.
¿No puede ser que tod@s l@s guionistas de todas las innumerables series se pongan de acuerdo para ser un desastre en la última temporada, verdad?


“Nos cuesta aceptar estos procesos de duelo, por eso huimos,
nos enfadamos, los negamos, los rechazamos… Sufrimos.


Para mí son, por tanto, dos las causas principales que hacen que suceda esto: no sabemos gestionar las expectativas ni tampoco los procesos de duelo o de cierre. Y por supuesto, como ya te estarás dando cuenta, no nos sucede sólo con las series: nos sucede en la vida. Por eso me surgió esta reflexión. Cuando me di cuenta de que incluso en el ámbito del entretenimiento, del relajo, de la desconexión, se reflejan nuestros males, nuestras inmadureces como personas, como sociedad.

Más allá de los gustos, tantos como personas somos, y de la certeza de que cada quien tendría su final (después lo comentaremos), me gustaría que hiciéramos un acto de sinceridad: ¿el enfado realmente viene por cómo acaba la serie o porque acaba? Aceptemos que nos cuesta afrontar los duelos. Incluso cuando ya anuncian que habrá precuelas o spin-offs para sostener ese duelo. No hay manera de aceptar que todo en la vida tiene un inicio y un final. Y es bueno que sea así, forma parte del proceso natural. Pero no hemos integrado la muerte como parte de la vida. Nos cuesta aceptar estos procesos de duelo, por eso huimos, nos enfadamos, los negamos, los rechazamos… Sufrimos.

Y con esta temporada final, vivimos muchos duelos a la vez. Por un lado, la serie en sí. Tenemos que aceptar que ya no habrá más, que se termina con ella nuestra rutina y familiaridad de acostarnos con la serie, ser foco de tertulia para compartir visiones con amistades, documentarnos, proyectar tramas, encontrar símiles con nuestra vida, y un etcétera infinito de compañías que dejaremos de tener. Pero también, por otro, y no menos importante a nivel emocional: despedirnos de muchos personajes a la vez con los que hemos vibrado, crecido, reflejado -algunos de ellos, y sobre todo en Juego de Tronos, los matan o mueren incluso en la misma serie-. Nos despedimos de todos sin casi tiempo de digerir. Pero no sólo de ellos, porque con ellos se nos va una parte de nosotr@s: las ilusiones y las tramas que habíamos proyectado.

Y eso entronca directamente con el otro motivo: la gestión de las expectativas. Otro mal endémico que, no sólo en la ficción, nos genera sufrimiento y malestar. En las temporadas finales de algo que hemos disfrutado y nos ha alimentado tanto, se ha expandido tanto nuestro universo e imaginario, nuestra emoción también ha subido hasta cotas tan altas que, por supuesto, todas las teorías acaban siendo una avalancha imposible de asumir para la concreción de una decisión. Y en eso, al volar tan alto, no nos acordamos que nosotr@s no somos l@s guionistas e imponemos nuestra responsabilidad de gestionar nuestras expectativas a ell@s. En la toma de decisiones es imposible coincidir porque se trata de algo muy personal, como comentaba antes. Imposible contentar como guionista el final que encaje con el sentir de millones de “guionistas competentes” -quiero decir espectador@s- diferentes.

El imaginario supera la realidad hasta el punto que, como en Juego de Tronos, nos olvidamos de cuál es la realidad: en este caso la construcción de un imaginario. De hacerte volar y crear y recrear historias. Lo mismo nos ocurre en la vida, en el amor, por ejemplo: corremos tanto con nuestra proyección en las hipótesis de relato que comemos el territorio a la realidad y no le permitimos ser como es, concretándose siempre imperfecta, pero real. Ya hemos construido, en ese vuelo unívoco, el discurso de las demás personas de una trama en la que participamos, pero no somos guionistas de los papeles de las demás personas o circunstancias que nos rodean. Sólo de cómo queremos o podemos afrontar lo que nos ocurre.

Por tanto, responsabilizarnos de nuestro vuelo es la única forma de permitirnos volar alto disfrutando, cuidando al mismo tiempo el sufrimiento. Siendo conscientes de cuando corremos, de cuando nos flipamos y nos anticipamos para así poder aceptar que seguro que no va a ser cómo nos esperamos. Comprender el fuego y el hielo como dos partes inevitables del relato. Aceptar la frustración como parte del camino, igual que aceptamos las sorpresas agradables que hemos tenido y seguimos teniendo. Aunque igual éstas no las valoramos tanto.


“Porque quizás la vida, como la serie, se trate de eso,
de una trama con principio y final, donde vivimos con intensidad cada capítulo, 
con varios personajes interactuando, que van descubriendo sus propósitos y capacidades.


En una conversación reciente que tuvimos con Elena Palma sobre el aprendizaje como clave para fluir, ponía énfasis en la necesidad de aceptar la incertidumbre como parte indisociable de la vida, para manejar la frustración, no pelearnos con la vida y avanzar en nuestro relato. “En la vida, por mucho que tú empujes, no siempre va a ocurrir lo que tú exactamente quieres” – me comentaba. Nunca nos dará exactamente lo que esperamos, pero gracias a ello puede darnos algo incluso mejor de lo que podíamos esperar. Y creo que nadie, por ejemplo, podía prever el impacto y la magnitud que tendría esta serie, sus personajes y sus tramas, en nuestra sociedad.

Quizás precisamente en la conversación, en el hecho que nos toque y nos mueva, que podamos discutir y sentirnos viv@s, se encuentra el secreto del éxito, de la serie, pero también de nuestro bienestar. Porque quizás la vida, como la serie, se trate de eso, de una trama con principio y final, donde vivimos con intensidad cada capítulo, con varios personajes interactuando, que van descubriendo sus propósitos y capacidades. Un episodio que te lleva a otro, en el que vas tomando decisiones -no siempre acertadas ni al gusto de todo el mundo- pero que construyen una trama vivida, que cada día se acerca inevitablemente a un final.

Me mojo para terminar. ¿Me gustó el final de Juego de Tronos? Sinceramente no lo sé. Porque nunca me hice esta pregunta desde este umbral, porque no hace justicia al viaje que me ha regalado la serie. Prefiero quedarme con el camino de crecimiento que con el final, para así poder disfrutar del fin. Y así pienso que ocurre muchas veces: obcecándonos en estar a la altura de expectativas y objetivos nos condenamos a sufrir (incluso cuando lo logramos) porque no nos permitimos gozar del camino o preguntarnos si el camino vale la pena.

Por tanto, sin saber si me gustó el final, disfruté mucho de él, porque en él estaba el disfrute de todas las temporadas, el constante juego de expectativas e hipótesis con las que he ido conversando y el dolor de saber que esto aquí y ahora ha terminado. Ha terminado, y sin embargo seguirá viviendo en la memoria de mi disfrute y aprendizaje para siempre.

THE END

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Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
fundador y co-director de El despertador
y del Instituto Ecología Emocional España.


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