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Tiempo para aburrirte

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Tic tac, tic tac, y el reloj de la productividad sigue descontando segundos y minutos de forma inexorable. Cada segundo que pasa un deber del que te puedes liberar, un póstit que puedes tirar, un check más en la lista, una pendiente que vacías de todo lo que te toca y debes cumplir en la cadena cíclica e infinita de este hacer productivo al que nos hemos abandonado.

Tic tac… Acción y más acción. Siempre hemos escuchado que: “Son los actos los que nos definen”. Desde El despertador mismo, sin ir más lejos, tenemos dos frases que son dos lemas que definen nuestra filosofía: “Si hacemos cosas pasan cosas” o “Sin acción no hay transformación”. Y podría seguir hasta mañana encontrando enunciados que pongan la atención en la acción. Frases estimulantes y muy necesarias para recordarnos de la necesidad de actualizar lo que pensamos, soñamos o sentimos y materializarlo. No cabe duda de su contribución. ¿Pero qué ocurre cuando operan en la misma dirección de esta dinamo global implacable que nos hace creer que si no hacemos no somos nada ni nadie?

Tic tac… Se cronifica la neurosis y se banaliza la acción en un circuito cerrado donde la producción es igual a distracción. No hay consciencia ni aprendizaje significativo porque forma parte de un mismo bucle viciado y perverso que nos aleja de quienes somos. Tenemos incorporado en el sistema operativo un imperativo adictivo que hace que no paremos: la necesidad de llenar el tiempo. ¿Llenarlo de qué pero? ¿De vacío superficial? Desaparecemos como sujeto confundiéndonos con el objeto en la obsesión por el producto.

Tic tac… ¿Cuántas cosas hacemos sin darnos cuenta? ¿Cuántas carreras tenemos a lo largo del día? ¿Todo el día corriendo y la sensación de llegar siempre tarde? ¿Quién marca el tempo? Si somos nosotr@s, la pregunta es sencilla y al mismo tiempo muy dolorosa: ¿Nos gusta y nos compensa vivir así, con este estrés, con este tsunami de ofertas y demandas que nos arrastra? ¿Con esta sensación permanente de urgencia y prisa por no ir a ninguna parte?

Tic tac… ¿De dónde viene pero esa sobresaturación que hace que naveguemos en la insatisfacción constante? ¿En este afán voraz por producir y obtener rendimiento a todo realmente producimos o reproducimos? ¿Hasta qué punto aportamos el valor añadido de nuestra esencia o estamos accionando desde el automatismo autómata? ¿No será que nos autoexplotamos precisamente porque estamos huyendo de confrontarnos con lo que somos o lo que nos pasa? ¿Qué mensaje nos enviamos cuando lo hacemos? ¿Cultivamos la calidad o apostamos por la cantidad?

Tenemos incorporado en el sistema operativo un imperativo adictivo que hace que no paremos: la necesidad de llenar el tiempo. ¿Llenarlo de qué pero? ¿De vacío superficial? Desaparecemos como sujeto confundiéndonos con el objeto en la obsesión por el producto.

Tic tac… El espiral de este “horror vacui” (miedo al vacío) de la distracción parte y va hacia fuera, perdiéndose en este hacer no significativo, que esconde y tapa un miedo a la soledad latente, condenándonos a un sufrimiento inmóvil por la ausencia de proceso conectado a nuestra esencia, ya que la identidad se vehicula a través del hacer y del tener. Del producir y del poseer. Necesitamos apropiarnos de las cosas, de las relaciones, del tiempo y del espacio, para sentir que tenemos un sitio. Una fórmula para controlar la vida, lo incontrolable, porque no cultivamos el elemento indispensable: la confianza.

La confianza tiene que ver con sostener la complejidad de los procesos, en el crecer desde la paciencia, al abrazar el vacío, que permitirá que se pueda llenar desde la abundancia y no desde la carencia y la exigencia de satisfacer la aprobación o la demanda de no se sabe quién. Confiar es viajar por la pregunta y la no respuesta inmediata, para descubrir quiénes somos, qué necesitamos o qué queremos a cada instante. No necesitamos demostrar, acumular o progresar para ser. La confianza, en este sentido, puede ayudarnos a deconstruir las ficciones más vendidas que han conformado la narrativa de nuestro relato.

¿Y cómo se hace? ¿Por dónde empezamos?
¿Qué pasaría si ahora por un momento no hicieras? Pero nada de nada eh. ¿Quién eres cuando no haces? ¿De tan elemental parece difícil verdad? Detenerte para tenerte, sentarte, escucharte, observarte, sentirte, conectarte, sin más. Cultivar la presencia del “dolce far niente”, dando espacio a lo que es, a lo que acontece. Encantarte, sin juicio ni cuestionamiento. Relajándote de cualquier obligación, descansando la mente sólo por ser y estar en el aquí y el ahora.

Un anhelo siempre evocado: la necesidad de bajar revoluciones o de esparcirnos. Lo perseguimos en vacaciones con el mismo sistema operativo productivo: la misma exigencia y avidez de planificar, hacer y aprovechar el ocio, la exploración, el descanso. Las buscamos para desconectar cuando quizás lo que más necesitamos es conectarnos de verdad. Y para ello, a pesar de que pensamos que nos ayuda, no necesitamos realmente ni dinero, ni lugares, ni viajes. Quizás el destino más buscado sea el más olvidado: tú mismo/a.

No tenemos costumbre y por eso nos parece complicado y ponemos el foco hacia fuera. El silencio, la quietud, el aburrimiento se nos hacen inhóspitos y extraños. Nos resultan misteriosos y nos inquietan porque, a pesar de formar parte de algo genuino en nuestra naturaleza, van a contracorriente del dinamismo efectista de nuestras rutinas que busca sentido y resultado a todo lo que hace. Para gestionarlos es necesario ir un poco más allá. Confiar en que podemos sostenerlo. Una vez lo conseguimos todo cambia adentro. Entramos en otro estado.

No necesitamos realmente ni dinero, ni lugares, ni viajes. Quizás el destino más buscado sea el más olvidado: tú mismo/a.

¿Cómo puede ser un viaje sin preguntarte cuándo llegarás y dónde vas? ¿Cómo puede ser un viaje sin tener que llegar a ninguna parte?

Ya no nos hace falta distraer nada, estamos disponibles para traer. Concentramos la atención en un trayecto que va y viene de dentro hacia afuera, liberando la tensión del constante hacer, para entregarnos a descansar en el ser, en el fluir, en el camino. Accedemos a un estado contemplativo de atención involuntaria. Como cuando conectamos de verdad con la naturaleza, y nos perdemos con el murmullo del viento, la caída de las hojas, la forma de la nube, el canto de un pájaro, el olor de la tierra mojada. Qing Li, en El poder del bosque, habla de la “suave fascinación” que sentimos. En Japón lo llaman “hanami” de disfrutar contemplando la belleza de las flores (sobre todo las del cerezo).

El filósofo Byung-Chul Han, como mencionamos en su momento en el artículo La esclavitud de la notificación, reivindica el aburrimiento como un camino creativo, ya que desde este estadio podemos estar cultivando nuevas posibilidades y generar algo nuevo. El tedio es un estado de relax espiritual que nos permite respirar y, con este movimiento, cuestionar, explorar y finalmente crear algo genuino.

Qué poco nos permitimos aburrirnos. Seguramente porque nos cuesta sostener la no respuesta, lo que no sea inmediato, confiar en nuestra capacidad generadora. En este mundo en el que vivimos donde cada vez más consumimos un entretenimiento (distractor) que nos viene dado y programado, y funcionamos como meros elementos pasivos reproduciendo.

El aburrimiento activo implica la construcción del propio entretenimiento de dentro afuera, sin la necesidad de llenar ni la ansiedad de la búsqueda. Desde aquí sí que contribuimos y tiene sentido nuestra producción. Nos inventamos, recreamos y conquistamos un hacer vestido de nosotr@s, con nuestras esencias.

Así que, sin más, te invito a dejar el teléfono, el reloj y la agenda, y no hacer nada. A gozar de no tener planes. A pasar un buen rato sin mayor pretensión que regalarte un tiempo para aburrirte.

 

Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
codirector de El despertador y del Institut Ecologia Emocional Espanya.

 

  Bibliografía relacionada:

  • Filosofía ante el desánimo de José Carlos Ruiz

  • La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han

  • Biografía del silencio de Pablo d’Ors

  • El poder del bosque de Qing Li.

  • Momo de Michael Ende

 

📌 Recursos que te ayudaran:

 

 

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