“El día en que nazcas no recordarás que lo que trazaste en tu mapa te llevará a tu misión de vida. En el momento oportuno, recordarás (sí, volverás al corazón) que el poder de los dragones se abrirá pasó ante las adversidades porque eso a lo que aprenderás a llamar vulnerabilidad será la mayor de tus fortalezas”.
Miré al cielo y las estrellas se colocaron en la posición pactada. Era el momento de partir hacia el viaje. Descendía a la velocidad de la luz. Colores, giros, sensaciones indescriptibles… y de repente todo oscureció. Un latido cálido. Y como un susurro escuché: “Tengo un ratoncito en mi vientre…”. Sin saber dónde estaba, me puse cómoda y esperé, hasta que no me quedó espacio. Entonces salí, 4 días antes de lo previsto, dicen que el 23 es el número de la magia. Usé mis pulmones por primera vez, el dragón del aire me invitó a llorar y me dijo: “A eso se le llama respirar. Te será muy útil aprenderlo para tu camino”. Llegó una niebla densa que lo difuminó todo en blanco. Entré en una inercia siguiendo la travesía de una niñez humana. “¡Qué niña más buena!”, escuché que le decía una señora a mi mamá.
Camino al parvulario, tomé consciencia. Un espejo a la edad de 5 años me devolvió mi imagen y miles de preguntas: quién soy, qué hago aquí, para qué… Mi sensación era la de venir de otro planeta. La soledad y la tristeza eran mis compañeras de viaje. No encajaba en la sociedad. Me construí una máscara para salir a la calle. Aprendí a comunicarme muy rápido; el lenguaje de los libros era mi refugio. Pronto descubrí que escribir era mi recurso para sobrevivir. Aún así, el silencio voluntario fue un gran aliado en situaciones sociales. Nadie se daba cuenta. Vivía con un dragón en cada esquina, esperando. Cuando el miedo y la ansiedad se apoderaban, me bloqueaban y no sabía cómo seguir. Pensaba que la brújula estaba rota, qué no funcionaba. Y cuando tocaba fondo, sin saber cómo, lograba renacer. Crecí desconectada de mi cuerpo, mi mente y mis emociones. Me sentía una buscadora de fragmentos de mí perdidos; cada dragón me iba dando la pista para encontrarlos. Sin embargo, siempre hubo un dragón invisible, que, de vez en cuando, se asomaba huidizo.
Era un dragón distinto: gigantesco, de color dorado, con un infinito grabado en su corazón y unas enormes alas de todos los colores del arcoiris. Llegué a llorar tanto, por no poder verlo con claridad, que un día me rendí. Recordé las palabras del dragón de aire. Respiré. Me acordé que con la máscara no podía observar igual, que me impedía mirar bien. Rompí mi máscara. Y entonces sucedió, lo vi con claridad y supe que no era el destino, que siempre estuvo allí. Por primera vez, en toda mi vida, me reconocí. Él es mi esencia, mi mayor fortaleza. Me mostró quién soy y qué he venido a hacer.
Mi relato habla de la neurodiversidad. Más concretamente del autismo femenino invisible en primera persona y cómo el diagnóstico tardío te puede cambiar la vida para ser tú misma en esencia.
Continuará en mi cuenta de Instagram @la_vida_en_cea
Sandra Sacristán
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Coneix les anteriors edicions del concurs i les seves temàtiques:
Amb aquesta ja són 8 les edicions del concurs #somriulavida de Sant Jordi. Cada una d’elles ha tingut una temàtica diferent: fotografies, haikus, imatges despertadores, relats amb valors… Et convidem a fer un cop d’ull a les edicions passades: 1r concurs, 2n concurs, 3er concurs, 4t concurs, 5è concurs, 6è concurs, 7è concurs.
Categories: Escriptura, Gestió emocional
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Molt emotiu i aclaridor, el relat explica amb tendressa sentiments i sensacions difícils d’entendre per els qui no comparteixen l’autisme.
Relato que me ha llegado al corazón.