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No es la primera vez que escribo acerca de la música, ese vehículo permanente que nos acompaña, canalizando nuestras emociones y experiencias.
Hoy, sin embargo, quiero invitarte a reflexionar sobre un elemento fundamental indisociable a este lenguaje universal y que en muchos momentos no prestamos atención: el volumen del sonido de la música que nos acompaña.
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En términos acústicos, cuando el volumen del sonido rebasa un valor determinado se convierte en un contaminante acústico. Exceso de decibelios que sobrepasan la barrera de lo admisible para nuestra receptividad. Ese audio que se atraviesa por sus “ruiditos” agregados, esos agudos estridentes insoportables, esos vecinos que se quejan… Distintas consecuencias y variables del exceso de intensidad que, en mayor o menor medida, afectan a nuestros oídos y a nuestro sistema nervioso.
¿A qué viene todo esto? Escuchamos continuamente que el secreto de la felicidad se esconde en las pequeñas cosas, en los pequeños detalles. Y creo, firmemente, que los matices de volumen, de intensidad que acompañan a nuestra música de fondo pueden ser una de las claves para sintonizar con nuestra mejor frecuencia. ¿Ahí es nada…, eh?
En esto de ir a piñón fijo, de caminar bajo planos o velocidades prefijadas por nuestro entorno y por lo que nuestra exigencia espera de nosotr@s, descuidamos por el camino poner atención a nuestra música de fondo. Pero no sólo si nos gusta o tiene sentido. Si es la nuestra o la de los demás. Sino si está en el volumen adecuado a la variable de nuestro día.
Nos resulta imposible disfrutar de nuestra música, porque no la podemos apreciar ni gozar cuando no está regulada en nuestro volumen adecuado a nuestra circunstancia presente. Difícilmente sin ecualizador, o viajando con el ecualizador de l@s demás, encontraremos nuestra mejor versión para lograr nuestros objetivos marcados (personales, profesionales, relacionales, etc.).
“Los matices de volumen, de intensidad
que acompañan a nuestra música de fondo
pueden ser una de las claves para sintonizar
con nuestra mejor frecuencia
La selección de la sintonía es clave, por supuesto. Pero no menos importante es el ecualizador: ese aparato que nos permite ajustar las frecuencias del sonido para lograr una mejor relación entre señal y ruido. Dosificando el volumen desaparecen los ruidos contaminantes de la exigencia, para poder escuchar y atender nuestras necesidades. En función de la situación, del momento, del lugar, de cómo nos sentimos, de nuestros objetivos, de si estamos solas o acompañadas…
Es entonces cuando ambos elementos sintonizan con lo que somos, con nuestro tempo, cuando conseguimos conectar de verdad con nuestra frecuencia, la de mejor calidad. Entonces sí… A disfrutar de nuestra música, la que nos permite fluir y vibrar.
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Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
fundador y co-director de El despertador
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Una conversación sobre las emociones con Anna Soriano,
psicóloga y experta en Ecología Emocional,
y Jordi Muñoz, coach y musicoterapeuta (vídeo).
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