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La necesidad de sobrevivir y encajar en un entorno desconocido y hostil hace que nuestro organismo tome muchas medidas para protegerse. Entre ellas construir la fortaleza más segura, sólida e impenetrable donde resguardar a una criatura frágil, asustada, curiosa y con ganas de amar y ser amada: nuestr@ niñ@ interior.
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El EGO, una coraza robusta de tres letras, perfecta y preciosa de acero construida de creencias, fobias, necesidades y exigencias culturales, familiares, sociales… La dictadura del personaje y su rol definido, de la historia y su destino, de la soberbia del poder, del mandato obediente, del aprobado, del número y su matemática perfecta en una aritmética de posiciones, geografías y convenciones.
“Existe, sin embargo, el riesgo de que el caparazón nos engulla
y confundamos la utilidad funcional por nuestra esencia, única e intransferible
Desde la afirmación determinada de identidad nos ayuda a defendernos y proyectarnos con su discurso claro y seguro políticamente correcto, en pos de grandes hologramas de bienestar, estabilidad, costumbre y pertenencia ante el abismo emocional del riesgo, de lo diferente, que escapa a los mapas pautados de apariencia.
Existe, sin embargo, el riesgo de que el caparazón nos engulla y confundamos la utilidad funcional por nuestra esencia, única e intransferible. Que silenciemos los ecos de nuestra naturaleza original en la persecución de ese espejo replicante de aceptación. Que creamos ser ese algo, paraguas etiquetado que nos resguarda, cuando nuestra condición está por descubrir, en definición permanente.
Una desconexión implacable que condena a nuestr@ niñ@ a ser un/a autómata deambulando en un destierro de vacío e invisibilidad artificial insensible. El peso de una esclavitud que nos limita y dicta teleologías alejándonos del baile de nuestras autenticidades con melodías ajenas, monótonas y aburridas de deberes y razones. El interés rindiendo pleitesía al sujeto, compitiendo por ser más, perdiendo en el camino el sentido y la gracia de los otros elementos de la oración, la magia de la vida.
¿Quién nos deshumaniza entonces? ¿Es el mundo el responsable o nuestra cómoda resignación – sabor a miedo- a no rebelarnos y crear nuevos mundos en cada desafío que merecemos regalarnos tomando de la mano a nuestr@ niñ@?
¿Cómo podemos entonces descubrir alguna pista que nos guíe hacia lo que queremos cuando los atisbos no llegan ni a murmullo? ¿Cómo pretendemos acompañar a crecer a otras personas sin darnos el permiso de ser y aprender de nuestros latidos, instintos, intentos y aciertos?
“Transcendiendo el ego encontramos nuestra esencia.
Transcendiendo el miedo, el amor.
Cada nuevo viaje nos brinda la oportunidad de despertar, de reinventarnos. Un nuevo tablero inconformista de juego, nuevos escenarios, nuevos personajes, para decidir quién queremos que protagonice esta nueva aventura. Un lance para seguir perpetuando el cuento archisabido que redunda la armadura o la curiosa exploración de ti, de mí, de nuestro mirarnos en un nuevo paisaje donde quepan los universos que escondemos con el permiso de dejarnos sorprender.
Transcendiendo el ego encontramos nuestra esencia. Transcendiendo el miedo, el amor. Transcendiendo la necesidad de agradar (el apego) encontramos la abundancia en el sentido y la motivación real (la plenitud interna). Transcendiendo el afuera podemos liberar nuestro potencial cuando nos encontramos en el adentro.
La vida nos pertenece a nosotr@s recorrerla y quizás el sentido está en descubrirnos en sus vórtices, permitiéndonos mostrar quiénes somos, más allá de esa superficie para nadar en nuestro mar sin preocuparnos si lo hacemos bien o mal, si elegimos bien o mal, si nos aprobarán o no. Porque es entonces, cuando dejamos de jugar, cuando apagamos la luz, nos perdemos y dejamos de vivir.
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Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
fundador i co-director de El despertador
Bibliografía relacionada:
- El caballero de la armadura oxidada, Robert Fisher
- El libro del ego, Osho
- El caballero inexistente, Italo Calvino
- Encantado de conocerme, Borja Vilaseca
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y Jordi Muñoz, coach y recreador personal,
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