Las relaciones forman parte de nuestro caminar: en nuestro espacio personal, en casa, en el trabajo, con la pareja, con los amigos… Siempre estamos interactuando con otros, tanto sea en relaciones cercanas e íntimas, como abundantes y ruidosas.
Es la danza en el encontrarse, entre el yo y el tú, decir y escuchar, conversar con un ritmo en el que me sienta a gusto e invite al otro también a dar lo mejor de sí mismo lo que hace que una relación sea ??más o menos rica.
El hecho es que siempre estamos con los demás y esta riqueza se halla en todos los aspectos: en el aprendizaje, la alegría y la pasión, pero también en los miedos, el estrés y las frustraciones.
Las emociones están, por tanto, muy presentes en nuestras relaciones. A lo largo de la vida nos encontramos en “acontecimientos vitales” de diferentes colores y magnitudes. Algunos nos gustan, otros no y otros pueden llegar a ser muy dolorosos. Las emociones que aparecen en los “acontecimientos vitales” no deseados tampoco son agradables de sentir (rabia, miedo, tristeza,…) ¿Qué hacemos con todo esto?
¿Reaccionamos o respondemos?
La inercia nos lleva a reaccionar. Si reaccionamos, nuestros pensamientos serán limitadores y nuestras acciones destructivas. La rabia se convertirá en acciones agresivas, el miedo nos hará huir o defendernos con las uñas y, finalmente, nos pegaremos tanto a la tristeza que no habrá manera de soltarla. Nos sentiremos con poca energía y la que tendremos estará contaminada y sucia. El clima estará enrarecido y será poco sano. La mala gestión de las emociones nos “envenena” a nosotros mismos y de rebote a los otros y al mundo. Por otra parte, la reacción no nos permite solucionar el problema, al contrario, lo va retroalimentando, haciendo que éste cada vez sea más grande y más difícil de deshacer.
¿Qué pasaría si en lugar de reaccionar nos propusiéramos responder? Es decir: hacer una parada en el remolino de reacciones donde estamos inmersos y observarnos desde cierta distancia. ¿Qué no estoy aceptando de mí? Darnos cuenta de la fuente que nos ha provocado la perturbación, hacernos un escáner emocional y elegir cuál queremos que sea nuestra actitud ante ello. Describir cuál es la mejor manera de afrontarlo para poder desatascar y hacer acciones conscientes.
La rabia, el miedo y la tristeza siguen estando, pero en lugar de dejarnos llevar por las emociones, tomamos nota y hacemos alquimia con ellas. De la energía que nos da la rabia aprendemos a poner límites y lo utilizamos para realizar acciones creativas. Nos enfrentamos al miedo en pequeñas porciones (partimos el pastel del miedo a pedacitos y vamos tomándolos uno a uno). Nos permitimos sentir la tristeza, no buscamos distracciones para despistarla… la sentimos y la dejamos ir, trascendemos de ella.
Si empezamos a responder, el nivel de energía automáticamente aumenta, tenemos más energía y ésta empieza a ser limpia, estamos generando una energía transformadora que nos permitirá facilitar el cambio. El clima, a la vez, se vuelve más saludable (ya no escupimos veneno), es más relajado y más propicio para poder llegar a encontrar nuevas soluciones. Soluciones que desde la reactividad son imposibles de ver, porque estamos totalmente enganchados al problema. De esta manera conectamos con la persona creativa, amorosa, pacífica y autodependiente que llevamos dentro de nosotros, y también con nuestro propósito. ¿Qué quiero: tener razón o vivir mejor?
Y así, a pesar de que a menudo es fácil dejarse llevar por la inercia, si poco a poco empezamos a hacernos observadores de nosotros mismos y empezamos a buscar cómo responder ante los “acontecimientos vitales”, poco a poco, iremos trazando una nueva manera de vivir las emociones en las relaciones y cuanto más la alimentemos más fuerza irá tomando en nosotros.
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Vídeo
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Una conversación sobre las emociones con Anna Soriano,
psicóloga y experta en Ecología Emocional,
y Jordi Muñoz, coach y musicoterapeuta (ver el vídeo).
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