Simone Biles y el salto de la valentía
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Hay medallas invisibles de valor incalculable. Medallas que, por el legado que pueden dejar, trascienden el ganar o perder de nuestro día a día, del deporte, o incluso de unas Olimpiadas, el gran escenario en el mundo de la competición deportiva.
Medallas que, sin ser récords del mundo, dejan otras marcas más importantes. Medallas de las cuales todo el mundo habla porque impactan en nuestro imaginario y pueden generar un cambio en los listones que ponemos en la gestión de los significados, de lo que realmente importa. Medallas que, más allá de la admiración o de alimentar una leyenda, pueden afectar a la vida y al bienestar de las personas.
Hoy, 4 de agosto de 2021, cuando aún se están celebrando unos Juegos Olímpicos aplazados. Hoy, con este Tokio 2020 que nos acompaña a todas horas en nuestro verano de 2021, y que nos recuerda, más allá de la emoción y las proezas de deportistas de disciplinas tan diversas, que algo afectó globalmente a “nuestra normalidad “. Hoy, cuando me doy cuenta que no es casualidad que haya pasado en estos Juegos, tengo ganas de hablar de esta medalla tan especial.
La esclavitud del éxito
El 23 de julio comenzaban los Juegos en Japón con Simone Biles acaparando todos los focos de atención. La gimnasta estadounidense es un ejemplo de superación y de talento, con una infancia marcada por la orfandad y el duro episodio de los abusos sexuales sufridos dentro del equipo olímpico de los Estados Unidos. Desde 2013 es la auténtica dominadora de la gimnasia mundial, acumulando campeonatos del mundo y con ejercicios de una calidad y dificultad nunca vistas, había maravillado también en los Juegos anteriores en Río ganando 4 oros y un bronce con 19 años, siendo la atleta de norteamericana con más medallas de oro en unos mismos Juegos Olímpicos.
La expectativa y la atención mediática eran inmensas. Todas las miradas centradas en este prodigio de la naturaleza, preparadas para ver la pericia de la “mujer maravilla” del siglo XXI. Alguien que con su talento fascina tanto que el contador del marco mental en lugar de sumar empieza a restar oros, medallas y experiencias. Estaba obligada a ser perfecta, a embelesarnos haciendo cosas nunca vistas. Sólo podía perder. Todo lo que no fuera ganar y maravillarnos era fracasar.
Así es el éxito de caprichoso. Es seductor y luminoso, pero también muy perverso. Te condena a una rueda que, al mismo tiempo, con la presión y la exigencia como tentáculos enjaula incluso a las figuras más talentosas y aparentemente más intocables, las que parecen estar por encima del bien y el mal.
“El éxito y el fracaso, aquellos dos grandes impostores,
trátalos con la misma indiferencia” decía Rudyard Kipling
“El éxito y el fracaso aquellos dos grandes impostores, trátalos con la misma indiferencia” decía Rudyard Kipling. Y seguramente son eso: imposturas con las cuales tenemos que convivir en nuestro competir diario. El miedo a fallar, a no satisfacer lo que se espera de nosotr@s, lo acaba invadiendo todo hasta el punto que hace que olvidemos el sentido, el propósito inicial, que nos mueve a hacer aquello y, con él, el disfrute.
Nos convertimos en víctimas del éxito presupuesto, el externo, el que proviene de querer alimentar el reconocimiento de fuera y también las expectativas que tenemos que cumplir con nuestras tareas, responsabilidades, contratos. Al final ya no vivimos, sino que sufrimos el día a día para satisfacer esa exigencia.
Timothy Gallwey en ‘El juego interior del tenis’, un libro de referencia que está en el origen del Coaching, comenta que “en cada actividad humana hay dos ámbitos de actuación: el externo y el interno. El juego exterior se juega en un escenario externo para superar los obstáculos externos para alcanzar un objetivo externo. el juego interior se lleva a cabo dentro de la mente del jugador / ay se juega contra varios obstáculos como el miedo, la duda, los lapsos de atención, y la limitación de conceptos o suposiciones. el juego interior se juega para superar los obstáculos autoimpuestos que impiden a la persona acceder a todo su potencial “.
En el caso de una deportista de élite de primer nivel, número 1 del mundo, evidentemente todo esto se multiplica. Ya no compites para ganar, sino que empiezas a competir para no perder, porque en el imaginario ya has ganado.
“Cada medalla pesa más que la anterior. Primero compites para ganar y eres feliz. Después todo cambia. Compites para no defraudar a los demás, pensando que van a decir de ti “, decía Nadia Comaneci, una de las grandes referentes de la historia de la gimnasia.
El “Citius, altius, fortius” (más rápido, más alto, más fuerte) que el fundador de los Juegos Olímpicos, Pierre de Coubertin, adoptó como lema olímpico desde Atenas 1896, se ha constituido para bien y para mal en el paradigma de nuestra sociedad que premia la velocidad, la altura, la fuerza, el constante ir más allá, la superación de listones, tiempos, pesos. Todos los sacrificios valen la pena en nombre del metal que ansiamos.
El salto de la humanidad
En este contexto se presentó Simone al Ariake Arena el primer día de competición. Seguramente nada nuevo en su panorama. El pan de cada día. No por conocido menos insoportable. Pero algo pasa aquel martes 27 de julio. Tras saltar y competir en la primera prueba por equipos, decide detenerse, haciendo un salto aún mucho más importante.
Se retira de la competición olímpica porque no se siente preparada para competir y cree que, además de perjudicar a su equipo, puede hacerse daño. Da el gran salto, el más importante, el salto de la valentía de romper la rueda y decir basta. Competir y dejarse llevar por la inercia es lo más sencillo, no defraudar las expectativas propias y ajenas, complacer la mirada de l@s demás, los intereses creados a su alrededor. Lo más difícil es parar. En ese momento, no sólo se ocupa de la parte física sino también humana: del sentido.
“Es muy duro luchar contra los demonios interiores, como la presión
o el miedo a fallar a los demás”, son palabras de Tom Dumoulin,
que abandonó la competición durante una temporada porque “no era feliz”.
“Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpo y no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos, porque podemos acabar saliendo en camilla. Ya no confío tanto en mí misma. Quizás es por hacerme mayor. Hubo un par de días en los que todo el mundo me tuiteaba y sentía el peso del mundo. No somos sólo atletas. Somos personas al fin y al cabo, y a veces hay que dar un paso atrás “, declaró Biles, cansada de no disfrutar desde hacía tiempo de lo que en principio era su pasión.
Han pasado muchos años hasta que se empezó a poder hablar abiertamente de salud mental con cuadros de depresión, ansiedad, o burnout, entre otros, cuando todo el mundo sabía que much@s deportistas profesionales sufrían graves problemas, especialmente una vez se retiraban. “Es muy duro luchar contra los demonios interiores, como la presión o el miedo a fallar a los demás”, son palabras de Tom Dumoulin, que abandonó la competición durante una temporada porque “no era feliz”.
El ciclista holandés es un ejemplo, pero tenemos otros ejemplos de deportistas de primer nivel que no han ocultado las dificultades que han sufrido: como la tenista japonesa Naomí Osaka retirándose en el pasado Roland Garros, el alero mallorquín Alex Abrines hablando de su depresión que le mantuvo un año y medio alejado del baloncesto o el gran nadador estadounidense Michael Phelps, que una vez retirado sufrió depresiones y problemas con el alcohol. “El peso de tener que ganar cada vez era más fuerte. Y no me atreví a pedir ayuda hasta el final “.
El deporte es una vertiente donde la salud mental está en juego, pero evidentemente no es la único. Está claro que está presente en todos los ámbitos de la vida. En España, sin ir más lejos, una de cada diez personas sufre trastornos mentales (14% mujeres y 7% hombres). Lesiones más difíciles de legitimar, diagnosticar y tratar. De entrada, porque no son visibles ni físicas, no encajan con el statu quo. Y si precisamente hablamos en agosto de 2021 de “Tokio 2020” es porque estamos en contexto de pandemia. Los datos de la afectación de la fatiga pandémica en el personal sanitario aún son mucho más grandes, casi se duplica el porcentaje. Se visibilizan las consecuencias en la salud física, económica, social, laboral, pero no en la mental.
El tabú todavía crece cuando nos nos referimos a les afecciones mentales de l@s jóvenes. El impacto de la pandemia en este colectivo se ha traducido en el aumento de un 27% de intentos de suicidio según el Departamento de Salud, así como el incremento de trastornos alimentarios y de conductas autolesivas.
No debemos olvidar que, a fecha de hoy, el suicidio es la primera causa de muerte no natural entre l@s jóvenes, por encima de los accidentes de tráfico.
La victoria más importante
Por tanto, que la gran referente de unos Juegos Olímpicos se atreviese a poner en el centro del foco el debate sobre la salud mental, expresando tan claramente el límite, la fragilidad, humanizando el lema olímpico y sacrificando la expectativa, el resultado, los patrocinios, las opiniones, la prensa, no hace más que ampliar los horizontes y hacer visible lo que es invisible para el sistema.
Me remito a unas palabras de Denise Duncan, autora y directora de teatro, en un artículo publicado en el diario Ara donde, además de hablar de su episodio de depresión agradece el legado que deja Biles: “Ojalá que nuestros hijos e hijas entiendan que el autocuidado debe estar en el centro de todo lo que hacemos, y que el perfeccionismo, la disciplina excesiva, el autocontrol obsesivo y la necesidad de demostrar lo que somos, son taras nefastas que lo único que hacen es cronificar cualquier lesión. Como madre te agradezco que hayas creado precedente para que mi hijo, en el día de mañana, pueda entender que el éxito no está fuera, está en reconocernos en nuestra complejidad, con nuestras fortalezas y lesiones, que nos hacen human@s. Y que su bienestar psicológico es tan importante como el estado de su columna vertebral. Gracias, Simone, por recordarnos que no somos máquinas”.
Simone Biles ha dejado de ganar medallas esperadas, porque no estaba preparada, porque la presión le ha podido. Desde este punto de vista ha fracasado en el reto que tenía previsto. ¿Pero el éxito realmente la llenaba en este caso? ¿Qué significa fracasar o triunfar? Siendo como es una referente a escala mundial, ¿qué importancia tiene una medalla más, o 4, o 5, comparado con el impacto que puede generar en el bienestar de tanta gente o en el de ella misma?
Hay victorias que van más allá de las medallas. Si nos fijamos en las palabras de ella misma lo entenderemos: “El torrente de amor y de apoyo que he recibido me ha hecho darme cuenta de que soy más que mis resultados y mi gimnasia, lo que nunca creí antes de verdad”. Simone ha obtenido un premio que antes no sabía, una medalla interior que puede contribuir a que se relacione de otro modo con el éxito y la presión, la fuente del malestar. Un premio que nunca hubiera descubierto seguramente sin antes haberse permitido ser libre y atreverse a romper la rueda de la expectativa y la meritocracia.
Si miramos más allá de los focos de la fama y del privilegio que puede encarnar, su ejemplo nos puede servir para ver cómo la leyenda y la huella no son enemigas de la autenticidad, el respeto y el autocuidado. Al contrario, puede crecer precisamente sin conseguir el objetivo o renunciando a satisfacer lo que se espera que seas.
Por eso hoy he querido escribir sobre su caso. Porque en la rueda del hacer, del producir y del demostrar nos olvidamos de nosotr@s, de nuestra realización, de nuestro bienestar, de nuestra felicidad. Cuando tal vez este es el éxito más importante.
Ahora tal vez no hablaremos sólo de Simone Biles como una de las campeonas del deporte de todos los tiempos que ha conquistado más medallas, sino que quizás será recordada para siempre por ser campeona en humanidad, como una referente capaz de decepcionar las expectativas, mirar de cara al fracaso, abrazarlo y poder mostrar con orgullo y honor que, a pesar de haberse entrenado a conciencia para el objetivo y haberlo dado todo, no se sentía preparada y quería cuidarse. Haciéndose merecedora de la medalla de la vulnerabilidad.
¡Felicidades campeona! A ti y a todas las personas, campeonas anónimas, que cada día con su huella nos dejan un legado inspirador para poder triunfar en la disciplina más importante: la del buen vivir.
¿Y tú? ¿Te das permiso para no poder? ¿Para fracasar? ¿Para expresar y legitimar tu límite? ¿Para ser feliz?
Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
codirector de El despertador y
del Institut Ecología Emocional España.
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