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Cuando la mejor versión es la original

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A todas las personas creo que nos gustan las historias. Con cada relato descubrimos una nueva realidad.

En mi caso, desde muy pequeño que me fascinaban los cuentos, las leyendas o los mitos de otras culturas y civilizaciones. Con los años, ya por la pequeña o gran pantalla, en forma de películas o series.

Pero, ¿cómo nos llegan las historias cuando son explicadas, traducidas o dobladas por otras voces, miradas, culturas o intereses? ¿Has jugado al juego del teléfono? ¿Es el mismo mensaje el original que el resultante de una cadena?

En 1941, con el franquismo, se promulga en España la “Ley de defensa del Idioma”. Se introduce de forma obligatoria el doblaje de todo el material audiovisual, respondiendo a políticas de protección de idioma y censura de contenidos con la autarquía de los regímenes totalitarios de extrema derecha en países como España o Italia.

El riesgo de perdernos los matices en una versión doblada

De ello hace 80 años y en este tiempo, más allá de argumentos a favor (la facilidad de adaptar los contenidos al idioma del espectador/a) o en contra (dificultar la permeabilidad y el aprendizaje de lenguas y culturas, de la diversidad cultural), los motivos originales han ido prescribiendo debido a una inercia alimentada por un hábito. La costumbre de ver las películas o series dobladas hace que no nos resulte extraño perdernos todos los matices de idioma, de las interpretaciones e incluso del texto o de los títulos de la versión original.

Y así nos pasa también a nosotros: nos contamos a través de relatos y perdemos de vista los matices y la riqueza de la versión original, por el hábito de viajar y relacionarnos en nuestro día a día por versiones dobladas, con textos e interpretaciones condicionadas, impostadas y censuradas por lo que entendemos que socialmente (y en muchos otros prefijos de la -mente) se espera de nosotros.

El deseo de aceptación, estimación o valoración hace que nos esforcemos en ser quienes quizás no somos realmente, a no tenernos en cuenta en primer lugar, a querer ser otra versión por ser la persona que encaja en estos grupos y sistemas relacionales y, en definitiva, con los diferentes modelos de éxito de la sociedad de la que formamos parte.

Es evidente que estamos en constante evolución y tenemos adentro el impulso de mejora que contribuye en hacernos crecer en recursos emocionales, relacionales o profesionales, que nos puede ayudar en nuestras relaciones interpersonales o con el mercado laboral. Pero en esta constante búsqueda de adaptarnos al paradigma imperante, ¿dónde queda el éxito espiritual?

Malvivimos resignadas en una autocensura cruel, llena de juicio exhortativo y punitivo que busca el encaje y la comprensión, que nos limita a la hora de expresarnos libremente y sacrifica nuestro potencial. Es tan grande la necesidad de perfección, de tener respuestas, que deriva en ansiedad por estar bien, en una dictadura de la felicidad donde el conflicto viene por no permitirnos sostener el no.

En busca de nuestra mejor versión

Pero esto no acaba aquí: al mismo tiempo, caminamos o, mejor dicho, esprintamos en el colapso de una carrera infinita de ficción en busca de nuestra mejor versión. Aquel paraíso perdido que el modelo occidental nos empuja a seguir anhelando en un día a día agotador.

El mito del progreso y de la meritocracia lineal para alcanzar y consolidar ese status que deberíamos tener -y que algún día llegaremos a alcanzar y que nos hará invulnerables en todos los sentidos. Como si una vez conseguida esa versión divina ya lo tuviéramos todo hecho. Como si lo que ahora pasa, lo que ahora somos, en el éxito y el fracaso, no fuera suficiente o no fuera lo más importante.

Ahora y aquí quiero romper una lanza a favor de nuestro derecho a no tener ni idea, a no saber cómo salir adelante. Reivindico las regresiones como fases lógicas y necesarias de los procesos de aprendizaje. Porque ni la vida ni los aprendizajes son lineales, son espirales que vuelven y vuelven. La regresión es algo inevitable porque está hecha de nosotr@s y, cuanto más nos resistimos a darle un espacio, más nos cerramos a la oportunidad de impulsarnos y transformarnos en la experiencia.

Porque crecer no es avanzar, sino vivir y sentir y estar y palpar. Y porque vivir no es algo aséptico. Es caer y recaer, y barro y nubes y lluvia. Y dolor y no saber cómo y aceptarlo. Y levantarte y sentir el rayo de luz en la cara con el olor de la tierra mojada.

Aspirar a una mejor versión limita la aceptación del momento presente, de quien soy en este momento que escribo estas líneas. Quizás no me permite validarme de forma completa mi complejidad, diversidad y autenticidad. Porque mientras estoy en la búsqueda y en otro tiempo me pierdo, me saturo, me alejo y no estoy ni abrazo lo que acontece ahora. Hipoteco el presente por una versión que no sé si seré ni si realmente quiero ser.

Reivindico el derecho a la versión que somos, ni buena ni mala, ni peor ni mejor, intransferible y perfectamente imperfecta, para ser cada día más protagonistas y vivir nuestra película desde la versión original, la que somos aquí y ahora, auténtica, disfrutando o no de lo que hay, de nuestra libertad para pensar, para sentir, para expresar lo que sabemos/queremos/podemos o no.

Un artículo de Jordi Muñoz,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
codirector de El despertador y
del Institut Ecologia Emocional España

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