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El amor en los tiempos del coronavirus

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“- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? – Le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía
cincuenta y tres años, siete meses, y once días con sus noches.
-Toda la vida -dijo.”

El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez

Había una vez un pueblo que vivía en el hacer productivo de todos los días. Los hitos y el valor se medían por su capacidad de producir y enajenarse en el consumo masivo de opio distractivo, en fórmulas varias disfrazadas de obligación o entretenimiento.

Hacía ya tiempo que un virus inconsciente y silencioso había ido contagiándose en las realidades y modalidades de las distintas generaciones. Un virus, que por no ser atendido ni aceptado en su momento, se había ido extendiendo masivamente. Había hecho que el frenesí por la actividad, el escapismo virtual, la desconexión emocional y el deambular impersonal se apoderaran de su cotidianidad. Todo aliñado por un contexto de prisas y estreses, hipotecas del presente, réditos de inmediatez y urticaria a lo diferente.

A ese virus, según la leyenda que habían escuchado de los seres más antiguos, le llamaban Miedo.

En el pueblo, era tan grande la propagación del virus, que la clase política no escuchaba a la población ni a sus intereses. Acababa gobernando para explotar y excluir a las personas. Para distanciarlas con fronteras de mezquindad. Para confinarlas en sus monotonías grises y previsibles. Para enjaularlas en infinitas carreras hacia la vacía acumulación de likes, información, poder o reputación.

Todo iba avanzando de mal en peor, en una rueda contra el reloj sin fin. Hasta que, de repente, en el momento más impensable, el Coronavirus apareció. Un virus insignificante para Miedo que, en un primer momento, lo miraba con complicidad.

La alarma se encendió. Empezó a calar su contagio. Gente infectada por todas partes. Primeras muertes ancianas. Y se seguía diseminando por todo el mapa. Servicios sanitarios colapsados. Primeras cuarentenas que dieron lugar a una global. Una crisis de magnitud a gran escala. Ya no era un juego. Miedo cada vez más expuesto. Sonreía menos.

La gente no tuvo más remedio que parar, que dejar la actividad, encerrarse con sus familias y soledades en sus casas, para no hacer nada. Algo que parecía totalmente imposible de repente se convertía en imperativo cotidiano. El aislamiento que recomendaban las autoridades les confrontaba con un reto mayúsculo: abandonar la supervivencia de la distracción para dejar espacio a la vivencia de la presencia.

¿Y cómo se hace? – se decían con miedo, naturalmente-. Se habían olvidado de parar(se), de respirar(se), de sentir(se), de mirar(se). No sabían cómo iban a afrontar ese nuevo escenario. Al detenerse sus inercias tomaron conciencia y aparecieron todos los miedos. ¿Cómo se vive sin sobrevivir? ¿Cómo se vive sin correr? ¿Cómo se vive sin hacer? ¿Cómo se vive el ahora?

Tuvieron que tirar de manuales de instrucciones y crear recetas propias donde no alcanzaban las otras. Y, con el tiempo, hasta tuvieron que inventar una vacuna que les ayudara a sostener la situación. Miedo había dejado de ser una leyenda para convertirse en su realidad. Sólo así podrían enfrentarse a un contexto que les interpelaba directamente invitando a conectar con lo realmente importante. Les ayudaba a reencontrarse con su humanidad perdida.

Porque sólo junt@s, atendiéndose, compartiéndose, contagiándose de recursos, recuperando el sentido de familia y comunidad, podrían hacer frente a Miedo y salir adelante. Así hallaron la fórmula mágica, recuperando viejos ingredientes olvidados en los tiempos donde el tiempo iba de la mano: optimismo, confianza, vulnerabilidad, creatividad, solidaridad, escucha, presencia, reconocimiento, responsabilidad, calidez.

Ahora, que habían encontrado la vacuna, querían que ese remedio infalible se propagara por todo el territorio como un nuevo virus que les ayudara, no sólo a tratar las enfermedades que habían ya ido padeciendo (en clave de prevención) sino también a afrontar lo que llegara. A esa nueva vacuna, el antídoto perfecto que les inmunizaba contra el virus del miedo, la llamaron Amor.

Escucha la narración del cuento en este podcast.

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Un cuento de Jordi Muñoz Jovell,
coach, recreador personal y musicoterapeuta,
fundador y co-director de El despertador

 

 

Habitamos un mundo gobernado por el miedo, el miedo manda, el poder come miedo,
¿qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse.

El hambre desayuna miedo.

El miedo al silencio que aturde las calles.

El miedo amenaza.

Si usted ama tendrá sida.

Si fuma tendrá cáncer.

Si respira tendrá contaminación.

Si bebe tendrá accidentes.

Si come tendrá colesterol.

Si habla tendrá desempleo.

Si camina tendrá violencia.

Si piensa tendrá angustia.

Si duda tendrá locura.

Si siente tendrá soledad.

 

El miedo manda, Eduardo Galeano

 


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.
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psicóloga y experta en Ecología Emocional,
y Jordi Muñoz, coach y musicoterapeuta (vídeo).

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9 replies »

  1. Que xulo! Una vacuna que sembla que està a l’abast de tots/es i que es pot anar cultivant… 🙂

  2. Un conte que és una abraçada a la vida. Una invitació a reflexionar sobre el què realment paga la pena per cadascú perquè allunyar-se de la #Por i apropar-nos a l’#Amor depén només de nosaltres.
    Celebro Jordi estiguis a la meva vida.

  3. Especial Jordi— Excelente Cuento. Creo que la humanidad, solo en situaciones como esta regresa al Sitio tibio. A ese lugar que por sobrevivir en el mundo actual, hemos dejado y olvidado.. Especial: “.. Algo que parecía totalmente imposible de repente se convertía en imperativo cotidiano. El aislamiento que recomendaban las autoridades les confrontaba con un reto mayúsculo: abandonar la supervivencia de la distracción para dejar espacio a la vivencia de la presencia.” FELICIDADES… Falta uno en relación la Estancia en Quilali…

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